Tal vez no haya en la memoria documentada un año al que se le haya hecho con tanta antelación el famoso countdown o cuenta regresiva. No solo por la tragedia permanente del virus, sino por las revelaciones de los otros males de los que los humanos hemos sido, somos e insistimos en ser capaces.
Claro, en países como el nuestro ya estamos entrenados por culpa de los políticos, expertos en desilusionarnos a las primeras de cambio. Aquí ya llevamos, por ejemplo, 876 días esperando que pasen 584, a ver si con un nuevo gobierno es cierto que tendremos otra oportunidad sobre la tierra.
O por culpa de los contratistas de marras y de los vendedores de humo, que a veces son los mismos, con promesas inacabadas de túneles chapuceados, de puentes blandengues o sistemas de metro que existen, por ahora, en su pródiga imaginación.
O por culpa de los dirigentes deportivos o de los equipos de fútbol, como uno de Bogotá que no mencionaré y vive del cuento con logros inanes, para desconsuelo de sus seguidores que cuentan los días desde hace 1.840 jornadas a la espera de que los mercaderes permitan reconstruir su historia.
Pero, como no tenemos vergüenza o somos expertos en resiliencia —una de las palabras del año según la Fundéu—, confiaremos en que dentro de 48 horas comenzará una vida nueva.
Como si no supiéramos que estamos vacunados o somos inmunes desde siempre a la estatuofobia —otro de los vocablos de este 2020, que es, como sabemos, aversión a las estatuas, es decir, a la inmovilidad—. De lo contrario, no hubiera resultado elegido el que nos dijeron.
Termina, en medio del deseo consensuado salvo por unos pocos enriquecidos, el año de la rata que, no obstante las evidencias en nuestro suelo, significa otra cosa en el horóscopo chino, y comienza el del buey, que es un año de trabajo y de esperanza. Pues que se cumplan los augurios y que el año que viene sí podamos disfrutar de cada día. ¡Feliz año y muchas bendiciones!