Por un mundo en mejores manos

Eduardo Barajas Sandoval
08 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Al comenzar un nuevo año, una vez más se hace evidente que el mundo depende, en gran medida, de la voluntad, los sentimientos, las ligerezas, o los caprichos, de un grupo reducido de personas entre quienes debería existir el propósito común de no hacerle mal a la humanidad. Ninguna de ellas debería obrar agresivamente, en detrimento abierto de otros, ni actuar siempre con el ánimo de ganarlo todo, y lo más pronto posible, en todos los terrenos, como si la esencia del arte de gobernar fuese el obtener ganancias a toda costa, en lugar de preocuparse por el bien colectivo. Nadie debería perpetuarse en el poder, ni obrar con ánimo de intérprete y guía exclusivo del destino de su país, e imponer a la fuerza lo que le parezca.

Cuando, con el argumento supremo del interés comercial, se echa mano de herramientas políticas y de institucionales concebidas para propósitos más complejos, como el de la armonía internacional, y se les pone al servicio de instintos propios de guerreros de negocios, se puede terminar por poner en peligro la paz mundial. Las guerras comerciales que así se desatan pueden llegar a convertirse en verdaderas agresiones que, además de las consecuencias de tipo económico que se producen a corto plazo, suelen ser semillero de guerras de verdad

Resulta preocupante advertir que, como en procesos anteriores hacia confrontaciones mayores, las medidas de naturaleza económica y las maniobras de guerra comercial, o de aislamiento, van acompañadas del correspondiente discurso de justificación y exaltación de ánimos nacionalistas. Manipulación informativa que opera bajo la forma de divulgación y propaganda que busca justificar los actos de loa gobernantes, además de convertir a la población en militante de la causa. Militancia que suscita la reacción, en sentido contrario, de quienes se consideran agredidos.

Los simpatizantes, votantes, manifestantes, agentes y soldados, tanto de las guerras comerciales como de las maniobras políticas de regímenes autocráticos, disfrazados de lo que sea, provienen de una población en principio inerme, llamada como elemento de apoyo que termina más tarde sacrificada, sin saber si valió de verdad la pena servir una causa que se fundamentó en las obstinaciones de sus gobernantes. La pregunta es si, con las herramientas del presente, sería posible una reacción colectiva de las ciudadanías damnificadas de diferentes países, para contrarrestar la irresponsabilidad de quienes ejercen el poder político como un juego de negocios, o como si el Estado de Derecho fuese cosa del pasado.

A la manera de titiritero, que jala y afloja cables con fruición, el jefe temporal de la federación de estados más poderosa del último siglo, parecería que no ha acabado de comprender las diferencias de fondo entre el papel de los magnates y las responsabilidades de los gobernantes. Al ritmo de sus sentimientos, y de sus caprichos, amenaza, firma órdenes con liturgia de espectáculo, luego echa para atrás, felicita, nombra, descalifica y destituye, principalmente a través de trinos. Todo en demostración cotidiana de ignorancia alarmante sobre el papel que le corresponde, fruto de su total inexperiencia en el manejo de los asuntos públicos. Como lo demuestra la confusa línea de su pensamiento, o de su estrategia, que mantiene en vilo aún a quienes pensaron que a su paso por la presidencia no podría hacer tantas cosas como quisiera, pues las “mentes maduras” que suelen rodear a los presidentes conseguirían moderarlo.

Lo grave es que, en razón de un acumulado histórico, y por el solo hecho de ocupar el cargo, sus decisiones afectan al mundo entero. Como lo demuestran los aspavientos de los orientadores de inversionistas, que hacen el papel de los gansos que usaban los romanos para alertar sobre cualquier movimiento sospechoso, ante el cual armaban una algarabía descomunal, capaz de alarmar a los espíritus más serenos. Reacciones de las que, en virtud de la lógica artificial del sistema, cuelga nada menos que el bienestar de la economía mundial.

Pero el espectáculo de los gobernantes erráticos que afectan la vida de sus pueblos, y la de otros, se extiende a diferentes continentes. Por fuera del Estado de Derecho, o haciendo burla de sus valores y propósitos, uno y otro toman decisiones emanadas de su voluntad, con ínfulas de genios de la vida política y de la acción internacional. Cuando no insisten en profundizar la aplicación de modelos económicos fracasados, esquemas políticos inoperantes y medidas represivas de control social que afectan abiertamente los derechos humanos.

En diferentes partes del mundo, bajo premisas de credos políticos confusos, se perpetúan en el poder gobernantes sobre la base de reiterados triunfos electorales que les permiten ostentar credenciales que califican de democráticas. Contra las reglas no escritas de la antropología política, hay parejas capaces de alternarse amigablemente en el ejercicio del poder. Príncipes capaces de revolcarlo todo y tomar decisiones omnímodas con impunidad derivada de la significación universal de la economía bajo su control. Presidentes que mandan matar sospechosos de pequeños traficantes sin fórmula de juicio. Otros que desatan guerras civiles para mantenerse en el poder a cualquier costo. Dictadores que se presumen de izquierda y hacen, desde los mismos palacios, las mismas picardías, o peores, que las que en otra época protagonizaban los de derecha; vendidos todos, sin vergüenza alguna, a potencias extranjeras.

Todo lo anterior se viene a sumar al desprestigio generalizado de la clase política, cuyos representantes en muchos casos convirtieron el oficio de la representación popular en una profesión de beneficio personal, alejada de sus propósitos originales. De manera que hay una ciudadanía mundial perpleja, cuando no desorientada, que trata de vociferar a través de las redes sociales, cuando tiene acceso a ellas y libertad de usarlas, pero que apenas empieza a fortalecer la conciencia de que se deber movilizar, bajo nuevas formas de organización y de acción política, en ejercicio pacífico y democrático, para que existan opciones de control sobre quienes abusan del poder al ritmo de sus caprichos. Porque merecemos estar en mejores manos.

Un venturoso nuevo año para los amables lectores de esta columna.

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