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Por una verdadera medalla de oro

Luis Eduardo Garzón
21 de agosto de 2008 - 02:12 a. m.

EN LA IZQUIERDA ESTAMOS SIEMpre dispuestos a hacer un papel que llamamos decoroso. En el mejor de los casos aspiramos a una medalla de plata y al final, cuando el resultado no es el esperado, nos escudamos en que los demás tenían más recursos e historia, y en que los jueces estaban parcializados.

Como decía Felipe González, la izquierda se prepara para el futuro mientras la derecha se goza el presente. Si fuese por oposición, nadie lo podría hacer mejor. La confrontación al Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, la iniciativa y el coraje para denunciar la parapolítica, debates demoledores como el de Carimagua y la movilización contra el recorte a las transferencias son, entre otros, resultados exitosos propios de esa actitud opositora.

Pero es tan vehemente su vocación crítica, que incluso sus pocos gobernantes elegidos son objeto de boicoteo y de descalificación a su gestión, coincidiendo con aquellos que creen que todos los logros son producto del ‘doping’. Con nuestro contrincante no tenemos ningún acto de gallardía para reconocerle sus triunfos. A nombre de una fraseología que llaman programática se refugia una posición sectaria que, como sucedió en las pasadas elecciones regionales, niega cualquier posibilidad de coaliciones. Lo más grave es que cuando de confrontar enemigos se trata, los ponemos en un escalafón y al enemigo principal lo magnificamos de tal forma que a todo aquel que se le oponga, así no haga parte de nuestro proyecto, terminamos cuando no justificándolo, pasando de agache para denunciar sus arbitrariedades. Eso pasó con la muerte de los diputados por parte de las Farc y desgraciadamente se consolidó con la indecisión de marchar contra ellas el pasado 4 de febrero.

Por eso, el próximo congreso del Polo Democrático no es un evento más. Debe dirimir entre si éste es un proyecto político para la oposición o si construye una agenda de gobierno. Si hace coaliciones sólo alrededor de sí mismo o si reconoce también a los distintos. Si es un movimiento o un partido. Si se condena la violencia venga de donde venga o se mantiene el criterio absurdo de que hay homicidios que se justifican so pretexto de un supuesto valor altruista. Si al secuestrado dejamos de llamarlo rehén. Si tenemos la misma decisión para defender la justicia cuando es contra nosotros o contra los otros.

Por ahora las señales precongreso son positivas, comoquiera que hay interés en revivir el agrupamiento de los que lo fundamos y los que llegaron recientemente originarios del independientismo o del liberalismo. Además, no hay duda de que la llegada a la secretaría general de Carlos Bula le imprime energía y dinamismo al Polo por su carácter recio pero no sectario, por su paso por la burocracia estatal sin caer en la petulancia y sobre todo porque vivió todo el proceso posmuro de Berlín siendo embajador en Europa, lo que le permite no confundir a la China de hoy con la Albania del pasado.

Aquí lo que se está dando no es un simple juego de vanidades como algunos han insinuado para banalizar la discusión. Tampoco es un debate divisionista como otros intentan desestimarlo. La mayoría de los que aún reivindicamos ese espacio de la izquierda estamos en la edad en la que el afán cotidiano es saber cómo está la presión arterial, el azúcar y la próstata. Tenemos el sentadero chato de tanta botada de corriente. Como decía alguien, parecemos la liga árabe en plena reflexión. Si el congreso es para hacer más de lo mismo, es mejor hacer como en los matrimonios con desavenencias permanentes, es decir, cada uno por su lado. Aceptar chantajes a nombre de qué dirá la sociedad y cómo se afectarán los hijos es lo menos que nos puede pasar. Una cosa es durar y otra es vivir. Y no estoy dispuesto a celebrar el único oro que nos merecemos en la izquierda, el de las bodas. Por eso he accedido a poner mi cuota en esta odisea de hacer de este evento un acto propositivo.

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