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Pornográfica piel

Diana Castro Benetti
29 de agosto de 2015 - 02:44 a. m.

Nacer es como el big bang del tacto. Un reconocimiento precioso a la existencia.

La piel es gracia o aspereza cuando se detalla un pliegue en el cuerpo de otro, un puñado de células que almacenan afecto, locura, historias compartidas, y disparan esa particular membrana que es dueña del deseo y de la excitación. Nada más pornográfico que la piel.

Imperfecciones, tonalidades y secretos cohibidos llegan siempre con la piel propia y con la del otro. Desnudez que nos empuja hasta las fronteras, hasta el temor primario de la entrega y la vulnerabilidad absoluta de amar. Hemos sido siempre la piel que nos delata, la piel que nos limita, la piel que nos juzga, la piel entecada por el dolor o por el espejismo de lo normal. Piel que discrimina y piel que nos observa. Piel que tiene sus mañas para atesorar las caricias y recordar los besos. Dichosa piel que existe para rechazar con indignación las prohibiciones que nacen de las mentes perversas o de las coacciones decretadas por el despotismo. Miedo al cuerpo, miedo a su color, a su forma, a su expresión, miedo al otro, como si aniquilándolo exorcizáramos las propias mutilaciones. Sí, la piel es la frontera con lo abyecto, pero ¿prohibir un beso? Esta es la infamia del perverso y del que acecha para controlar lo más sagrado de toda encarnación: la expresión del afecto. El cuerpo es respeto y el cuerpo es un derecho, como el cariño. No hay peor alambre de púas que una prohibición inútil.

Un beso es la mística arcaica y el relato que nos da sentido: la discreción, la insinuación, la pasión, la distancia o el olvido; es la entrega, la locura o la tradición. Imposible soñar la vida sin besos. Esos besos que son como la belleza o que anuncian la nostalgia aunque vengan del futuro. Besos que saben menos a sexo y más a la aceptación y la compañía; besos que, aunque cargados de amargura y eterna traición, construyen utopías. Besos que son todos los besos pero que seguirán siendo siempre el primero, el único. Besos que necesitamos para que den cuenta de los atardeceres, de la noche, de los recuerdos. Besos y besos y más besos para que sean el recorrido de la luz radiante o la dorada divinidad. Besos que alcancen lo imposible.

Magnífica y vital, la piel se exhibe. Punto. Se celebra y se honra con toda la inocencia posible porque los besos no se imponen, las caricias no se imploran y el amor jamás se mendiga. Acuerdos de piel porque la vida es la belleza del tacto, y la cercanía del otro será siempre la más estupenda de las desvergüenzas.

otro.itinerario@gmail.com

 

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