Pospolarización con Duque, polarización con Petro

Daniel Mera Villamizar
02 de junio de 2018 - 04:00 a. m.

El reto de construir un centro democrático, liberal y reformista, que priorice la educación.

El resultado de la primera vuelta presidencial ha corroborado que el carácter colombiano no es afín a la polarización. El candidato más votado no es un extremista ni populista (Duque); el segundo más votado, que le apostó a la polarización con populismo obtuvo una cuarta parte del electorado (Petro), apenas un punto porcentual largo por encima del candidato que se reclamó de centro puro (Fajardo), aunque con aliados “tibios” por conveniencia (Jorge Robledo y Claudia López). En rigor, a esto no se le puede llamar una polarización entre derecha e izquierda.

Colombia está lejos de ser la mitad de izquierda, y menos de izquierda radical. Nuestro talante nacional de “medianías” no nos ayuda a tener grandes metas de nación, y al tiempo nos protege de cometer grandes errores. Gustavo Petro asumió esta profunda realidad en el discurso mismo de la jornada electoral del 27 de mayo. El profeta de las inmensas multitudes que prometía redención casi pierde con el candidato dubitativo. Pocos hechos más dicientes que ese.

Así Gustavo Petro modere su discurso, por ejemplo descartando una constituyente, será normal que se intensifique el estado de polarización popular hasta la segunda vuelta, pues al fin y al cabo se trata de escoger entre dos opciones muy distintas. Sin embargo, la polarización como proceso ya comenzó a disminuir, es decir, no parece que vaya a prolongarse en el tiempo, básicamente por una razón: nuestro sistema multipartidista. Si fuera bipartidista y los candidatos finalistas voceros de los dos partidos, la polarización iría para largo, como en Estados Unidos.

En contraste, las adhesiones de los partidos Cambio Radical, de la U, Liberal y Conservador a Iván Duque contribuirían a una  gobernabilidad política robusta en el Congreso de la República, y al haber sido adhesiones sin condiciones le permiten al candidato mantener su discurso y atraer votantes fajardistas que repudiarían acuerdos clientelistas con las maquinarias. Vale decir, le permiten alcanzar una mayoría probablemente holgada.

Si es elegido presidente, Duque podría mitigar la polarización popular con las formas, los símbolos y el contenido de su gobierno (valorando las razones del descontento social que interpreta Petro), al tiempo que no enfrentaría una polarización política si consigue gestionar un centro político multipartidista a partir de las adhesiones.

Si Petro es elegido presidente, sería gracias a que logró polarizar a otra cuarta parte de los votantes para una verdadera revolución electoral, que chocaría con una oposición mayoritaria en el Congreso. Tendríamos polarización de los colombianos e ingobernabilidad política. El dilema de Petro es, entonces, polarizar o buscar los votos centristas de Fajardo que no seguirán su ejemplo de voto en blanco. El drama de un mesías en medio de un pueblo bastante parsimonioso, indiferente y descreído para “separar las aguas”.

La literatura internacional ha mostrado que la polarización política no es buena para un país. Afecta las tasas de inversión, la política fiscal, la productividad legislativa, la estabilidad macroeconómica y el desarrollo. En Colombia ya hemos visto que daña la convivencia democrática y con frecuencia las reuniones familiares. Así que por buenas razones, no se quiere el tipo de división pugnaz que trae incertidumbre y parálisis a un país.

De ahí que se necesite un centro político más grande y más fuerte que los extremos sumados. Este centro debe ser democrático: que respete las reglas de la competencia por el poder y la alternación, en primer lugar. Aunque es posible volver a la reelección por una vía legítima, ni Uribe querría reelegirse, ni Duque intentaría revertir el cambio generacional que representa, ni los partidos de la coalición se prestarían para ese juego. No parece haber ahí un riesgo serio. No somos reeleccionistas.

Más exigente es la condición o expectativa de que sea “liberal” el centro político en ciernes con las adhesiones a Duque. Dos de los partidos adherentes confunden “liberal” con “progresista” (La U y el Partido Liberal), cuando un componente del giro ideológico con Duque sería identificar y contrarrestar con cuidado el progresismo anti-liberal y anti-moderno que ha venido cambiando nuestra cultura política y redefiniendo características del proyecto nacional.

Al tiempo, otros partidos de la coalición (Conservador, Mira y Colombia Justa Libres) aportan restricciones de origen de fe religiosa al carácter liberal del nuevo centro político, que se sumarían al hecho de que en el Centro Democrático el ala liberal no librará una batalla con el ala conservadora en materia de moral social. Duque, en principio, ha prometido neutralidad, lo que dará lugar a que en este tema se reflejen más en el Congreso las corrientes en contradicción en la sociedad, con leve ventaja para el conservadurismo.

En relación con el liberalismo económico, actualmente el menos liberal de los adherentes es el Partido Liberal, por lo que el reto será lidiar de verdad con las fallas de mercado y no tanto con la resistencia a usar los mercados en las políticas públicas. Por definición, además, un centro político no puede ser fundamentalista neoliberal.

Un centro político podría dedicarse a administrar el statu quo o incluso a retroceder. Que sea reformista no implica per se una determinada orientación, aunque su significado ha estado históricamente asociado a cambios graduales de realización de ideales de la sociedad, como alternativa a cambios totales o revolucionarios. Es en el sentido histórico que se desea un centro político reformista, que privilegie los intereses generales de la sociedad sobre los intereses particulares o grupales. Habría que agregar: sin olvidar que la sociedad también es el agregado orgánico de intereses grupales o sociales.

Iván Duque ha planteado un pacto político por Colombia para sacar adelante cinco o seis grandes reformas y uno de sus pilares programáticos es la equidad, por lo que no sería gratuito llamarlo reformista. Y si algo debería esperarse de un cambio generacional y una renovación en el poder es dejar atrás esta incapacidad de hacer las reformas que requieren el desarrollo y el bienestar de los colombianos.

Un centro político reformista sabría que en cuatro años no se hace sostenible una dirección de país y que la validación democrática de esta en la siguiente elección presidencial exige acuerdos, no solo políticos, para que exista el largo plazo. Y el largo plazo con polarización no existe.

Duque ha incluido la educación entre las reformas para las que se haría un gran pacto político. Cada reforma tiene su propia economía política, y aunque todas las reformas giran contra el capital político del presidente, cuando hay un centro político comprometido con una agenda de largo plazo, los costos tienen cierto reparto entre los partidos de la coalición y se pueden escalonar.

La reforma educativa estructural que necesitamos no se consolida en menos de ocho años. Priorizarla implica reservarle una cierta cantidad de capital político, crear un gran consenso social y fortalecer la capacidad técnica e institucional para llevarla a cabo. Un tipo de reformismo que no hemos tenido.

@DanielMeraV

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