Postapocalipsis

Jaime Arocha
26 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

Terminadas las celebraciones en honor al Nazareno de Magüí, viajamos a Roberto Payán, otro vértice del territorio sonoro de la marimba. Allí el remezón estético fue por la marimba de Ever Peña. La tocó a la orilla de Cualimán, una imponente caída de agua de 100 metros que se puede visitar desde enero de 2017. Habitados por la belleza la música y el paisaje, qué íbamos a imaginar los desconsuelos por venir.

El 10 de enero, nos embarcamos hacia Tumaco con la ilusión de fotografiar las riberas selváticas del Patía sin la escasez de rollos de hace 30 años, pero en Bombí nos indicaron que a los paras que cuidan “la bonita” sembrada en las orillas no les gustaban las cámaras y que era mejor no convertir a la canoa en objetivo militar. Temerosos, a la una llegamos a Satinga. Buscando dónde almorzar, pasamos por decenas de desvencijadas casas palafíticas, unidas mediante tablones irregulares y resbalosos. Unas albergaban talleres y almacenes de repuestos para motores fuera de borda; otras tiendas de cucos Calvin Klein o de perfumes Chanel también chiviados; más allá ventas de iPhones, computadores e impresoras, como en cualquier mall de hiperconsumo urbano, pero dentro de un caos exagerado por las estridencias que vomitaban los megaparlates a la entrada de cada negocio. Debido a los olores tan sólo pudimos con dos bocados de sudado de raya, y de regreso al embarcadero encontramos a nuestro motorista sobrecargando su lancha de pasajeros. Nos fuimos alejando de un galimatías que también incluía altos edificios de concreto enmohecidos por el abandono. A medida que avancen las aspersiones de glifosato que tanto añora el Centro Democrático, ese paisaje será aún más postapocalíptico.

Tampoco pudimos tomarle fotos al escenario de la tragedia ambiental y humana que causó la apertura en 1972 del canal que construyó el empresario Enrique Naranjo para agilizar el transporte de las trozas de madera de su empresa. Medía kilómetro y medio y conectaba al río Patía viejo con la quebrada de La Turbia, tributaria del río Satinga. Las diferencias de nivel entre los afluentes y las crecientes imprevistas llevaron a que el canal se fuera ampliando hasta los 200 metros que tiene hoy y que el Satinga también se ensanchara y cambiara de curso arrasando riberas y poblaciones**.

Llegando a la desembocadura del Patía, encontramos que a Pizarro también lo invadían estructuras fantasmales de concreto tan deprimentes como las de Satinga. Sin embargo, las hacen más perturbadoras unas capas de cemento estriadas que cubren las orillas del puerto. Parecen enormes masas encefálicas emergidas del agua. Sobre la isla del Gallo, a decenas de aserraderos los albergan especies de hangares de avión, seña de que esa región contribuirá con creces al logro de la meta infame y ecocida que contempla el Plan Nacional de Desarrollo, talar 880000 hectáreas de bosque a lo largo de los cuatro años de la administración de Iván Duque.  A las cinco, desembarcamos en Tumaco, convencidos de habernos asomado al futuro sombrío que le espera al Pacífico sur de Colombia.

* Antropólogo cultural, indignado por el proyecto de ley que desarrolla el Centro Democrático para legitimar el despojo violento de las comunidades negras de los Montes de María y el bajo Atrato.

** Defensoría delegada para los derechos colectivos y el ambiente. 2009. Informe defensorial: Canal Naranjo, impactos y situación actual. Bogotá: Defensoría del Pueblo, documento en PDF consultable en este enlace

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