Posverdad y pos-JEP

Columna del lector
02 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Por Óscar A. Piedrahita

El acuerdo de paz es entusiasta de la verdad y de su poder. Verdad y sus familiares (verídico, verificar, verdadero) aparecen al menos 270 veces en las 310 páginas del Acuerdo Final. También cada átomo de lo pactado considera la verdad una condición necesaria de la reconciliación y el perdón. Sin verdad no hay, prácticamente, nada.

No habría nada notable en este entusiasmo si no fuera por las declaraciones de académicos, periodistas y opinadores: vivimos en un mundo de la posverdad, la verdad no les importa ni al votante ni al político, ni a la víctima ni al victimario. Todos creen que hemos abandonado, como individuos políticos, la convicción de actuar de acuerdo a como es el mundo, y en su lugar hemos optado por creer y decir cualquier cosa que armonice con nuestros prejuicios. Aquí vimos la posverdad en las vallas, la escuchamos en la radio durante las campañas del plebiscito y la Presidencia, y la leemos constantemente en los trinos de Uribe y Petro.

Parece entonces un imprevisto, o una broma de mal gusto, que la verdad sea sacrosanta en el acuerdo de paz de una sociedad de la posverdad. ¿Se negociaba la salida al conflicto o se proponía una utopía? El papel protagónico de la verdad amenaza aspectos centrales del acuerdo, como la reparación de las víctimas o el cese del fuego. Veamos un ejemplo.

El Acuerdo Final contempla un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. Gira alrededor de las víctimas porque busca reconocer sus derechos y su dolor, resarcirlas moral y políticamente, y ofrecerles condiciones mínimas para una vida social reconciliada: contarles la verdad del conflicto. De este sistema hace parte la JEP, que busca darles justicia a las víctimas, sacarles la verdad a los involucrados y castigar a los responsables. Entre estos están los militares, por los falsos positivos, los paramilitares y las masacres. Tienen entonces que acudir a la JEP, ayudar a esclarecer la verdad y ser amnistiados o condenados, en caso de ser responsables de delitos relacionados con el conflicto.

Como estamos en la posverdad, algunos están interesados en que no se esclarezca la verdad. Especialmente Uribe. Por eso dice el Centro Democrático que los militares no deben comparecer ante la JEP. El argumento es también afín a la posverdad. Como lo importante son los sentimientos, Paloma Valencia dice que es deshonroso que a las fuerzas armadas las mida el mismo rasero de los exguerrilleros. No importa si ese rasero es la verdad, porque Paloma Valencia nos quiere hacer creer que la verdad de los exguerrilleros es diferente a la verdad de los militares, incluso si ambos cometieron crímenes atroces. En caso de que el CD se salga con la suya respecto a la JEP, no habría paz, ni reconciliación, ni garantías de no repetición. Esta no es una exageración, sino una lectura literal del acuerdo, que dice claramente que sin verdad no hay verdadera y duradera paz, y el CD va a ser exitoso en ofrecernos una posverdad del posconflicto.

Vemos ahora con la JEP, o pos-JEP, que siempre que la verdad esté en peligro, también lo estará la paz, porque los negociadores hicieron con la primera un valor esencial para la segunda. Bajo el CD, enemigo de la verdad, sentiremos que la paz está a punto de desmoronarse. Basta hacer algo trizas con imponerle un peso que no puede soportar. Esto pasa por ensalzar la verdad y, al mismo tiempo, elegir al uribismo, guiados por nuestro —oh, paradoja— desprecio por la verdad.

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