Preguntas incómodas, respuestas evasivas

Beatriz Vanegas Athías
14 de noviembre de 2017 - 03:30 a. m.

Como sucede en el aula de clase, el estudiante que pregunta incomoda al maestro que tiene programado su libreto académico. Incluso a los compañeros de la clase les entra la piquiña porque con esa actitud el curioso enojará a la maestra y eso perjudica al grupo acomodado en la pereza. Preguntar, pues, en países tan conservadores, fingidores y corruptos como Colombia es un pecado, para usar el término acorde a nuestra idiosincrasia católica.

Así que las escritoras colombianas preguntaron y fue cuando se les vino todo el peso de lo inamovible encima. Entonces, a preguntas incómodas, respuestas evasivas e irrespetuosas en una clara invalidación de la interlocutora. Todo al mejor estilo de las prácticas políticas. Desde los periodistas hombres, pasando por la prepotencia de la ministra de Cultura —incapaz de asumir errores— hasta los columnistas que casi vuelven tendencia la columna de la periodista Catalina Ruiz-Navarro, en lugar de analizar que el cuestionamiento del manifiesto suscrito por las escritoras —incluyéndome— sólo es el detonante de la discriminación que por décadas ha existido por el centralismo, es cierto, pero también por  la ausencia de políticas públicas serias desde los dos ministerios: el de Cultura y el de Educación.

Respuestas evasivas e irrespetuosas, desde llamar en un magazín radial de alta popularidad “doña” y con tono despectivo a escritoras de la talla de Yolanda Reyes, Carolina Sanín y Luz Mary Giraldo. Mientras que mis oídos tienen la certeza de que a escritores hombres allí entrevistados siempre los acompaña el epíteto de “maestro” o lo que son: escritores. Es que a la frivolidad que es atrevida y ágrafa se le imposibilita valorar la felicidad de generaciones de chicos y maestros que se han formado gracias a los 20 libros de Yolanda Reyes; se le imposibilita reconocer el riguroso trabajo de la poeta y académica Luz Mary Giraldo, que ha  difundido con rigor —desde hace décadas—  las voces de autoras colombianas; se le imposibilita valorar la necesaria e irreverente voz de Carolina Sanín que va dejando la cerebral piel en cada libro y polémica que emprende.

Respuestas evasivas e irrespetuosas a preguntas incómodas como las dadas por la ministra de Cultura, pues con el paso de los días nos hemos enterado de que muchos de los escritores hombres que asistirán al “gran evento” francés irán como asistentes y las poquísimas mujeres lo harán invitadas por cuenta de otras instituciones.

Así que esa sistemática y tradicional exclusión es también producto de la improvisación y de la ausencia de un equipo de investigadores que vaya más allá de los criterios trazados por las editoriales y por el amiguismo, y en cambio se ocupe de articular a las escritoras residentes en Bogotá con las de las regiones, en un canon más diverso y auténtico que involucre ediciones menos costosas de la producción de escritoras colombianas.

El “gran evento” de Francia fue el florero de don Llorente. Ahora el rumor es un grito. Y una observa el silencio cómplice de “los intelectuales” colombianos; pero también las voces de hombres interesados en el reconocimiento mutuo, el mismo que ha surgido entre nosotras y que nos ha fortalecido para seguir preguntando, hasta que surjan respuestas con hechos y respeto.

 

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