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Premio Nacional de Paz

Marcela Lleras
08 de diciembre de 2009 - 04:19 a. m.

COMO EL AVE FÉNIX QUE RENACE de las cenizas, así ha sucedido con un corregimiento de La Montañita (Caquetá), que quedó incrustado en la dolorosa y cruel guerra colombiana entre dos fuegos: el de las Farc y el del Ejército, en una zona de cultivos de coca.

El Ejército entró al pueblo, bajo el Plan Patriota y los dos mil quinientos habitantes de la Unión Peneya se desplazaron para no quedar de carne de cañón. Después de tres años de estar dando vueltas, ignorados, maltratados, como todos los desplazados de Colombia, en 2007 volvieron a su pueblo, con un valor excepcional y por encima de las amenazas de las Farc y de las advertencias de no hacerlo del Ejército, a reconstruir sus vidas. Ellos se han ganado el Premio Nacional de Paz 2009. En este premio participaron Fescol, el PNUD, El Tiempo, Semana, El Colombiano, Caracol Radio y Televisión, y se viene otorgando desde hace once años a comunidades que, a pesar de todas las atrocidades que han tenido que soportar, siguen adelante creyendo en el país, que les ha quitado más de lo que les ha dado. Esa es la verdadera enseñanza de construcción de paz y convivencia y este es el ejemplo que nos dan personas sencillas. Es loable de la Unión Peneya que cuando tuvieron que desplazarse siguieron juntos en su forzado deambular. De todas maneras el sufrimiento, acompañado por parientes y amigos, se hace menos difícil de tragar. A la vuelta a su pueblo crearon una autoridad civil; han reconstruido su escuela, donde estudian 400 niños, y con los 70 millones de pesos del Premio harán un centro cultural para que los muchachos, que ya tienen su propia banda, sigan estudiando música.

La gente de esta comunidad tuvo, a pesar de sus desgracias, una ventaja sobre otras muchas comunidades en Colombia, y es que no hubo masacre de sus gentes, entonces la reconstrucción de sus vidas ha sido menos convulsionada por recuerdos infames, por el dolor, por las escenas de mutilaciones de sus seres queridos. Esta comunidad, a su regreso, entre los escombros, encontró las muñecas que dejaron atrás sus hijos, mutiladas, degolladas, y allá no había quedado sino el Ejército.

Comunidades como la Unión Peneya se han ido conformando, olvidadas por el Estado, pero lo han asumido de una manera valiente, sin armas, sin violencia, apartando a los actores armados y, así, abriendo caminos de pacificación.

También se le dio el Premio Nacional de Paz Honorífico a Juanes, que con su fundación Mi Sangre y sus conciertos Paz sin Fronteras ha hecho una labor importante de crear conciencia social entre sus seguidores.

El Premio Nacional de Paz está en búsqueda de comunidades como la Unión Peneya, para enseñarnos al resto de los colombianos que hay gente corajuda, que trabaja en medio de todas las adversidades posibles y quiere tener una vida tranquila y decente, un país que se vuelva viable, sin guerra, y así, poco a poco están abriendo el camino. El Gobierno es indiferente ante esta perspectiva, pero no lo seamos el resto de colombianos.

 

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