Prendiendo motores

Juan Manuel Ospina
30 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

John McCain, el senador norteamericano fallecido esta semana, es ejemplo de cómo enfrentar responsablemente la compleja y desafiante circunstancia que se vive y vivirá en el país en los próximos años. McCain fue un conservador fuerte en sus convicciones a las cuales nunca renunció ni ocultó; como militar de formación y de tradición, fue siempre partidario de un fortalecimiento militar norteamericano y frente a la guerra en Irak y en Afganistán defendió una acción ofensiva, al considerar que en la guerra no hay término medio pues de lo contrario esta se hace interminable, más cruel y más destructiva; en ese punto fue muy crítico del manejo que le dio Obama. Pero esa firmeza no le implicó ser intransigente ni cerrado en sus posiciones, pues cuando estaban en juego asuntos que consideraba de interés nacional, no dudaba en buscar el acuerdo con sus adversarios políticos por encima de intereses partidistas o electorales, “cruzando el pasillo” como se dice en la jerga política de Washington, para construir acuerdos y defenderlos conjuntamente con los adversarios, que nunca enemigos.

Ese comportamiento suyo tuvo dos momentos de alta significación política y de valor personal; el primero fue la ley en favor de los inmigrantes, especialmente latinoamericanos, que elaboró, presentó y defendió a capa y espada junto con el senador Edward Kennedy, portaestandarte del progresismo demócrata; y el otro, cuando ya herido de muerte por el cáncer se enfrentó a su partido, el Republicano, y al presidente Trump y depositó el voto que salvó la reforma a la salud del presidente Obama, cuyo desmonte era el principal compromiso electoral republicano.

El ejemplo de la verticalidad y apertura del senador fallecido es pertinente ahora que en Colombia se empiezan a “ordenar las cargas” como decían los arrieros, y los temas de la justicia salen del campo de la política y de la preocupación del Ejecutivo, para regresar a los estrados judiciales y poder superar el nefasto período de “judicialización de la política” que nos estaba dejando sin justicia y sin política. Me refiero a las posibles responsabilidades penales surgidas del degradado conflicto interno, tanto de agentes del gobierno, empezando por el expresidente Uribe, como de particulares y de comandantes de las Farc.

El suyo es un mensaje de vida sobre el valor de asumir claramente y sin tapujos las posiciones y responsabilidades personales, a la par que abrirse al otro, al que tiene posiciones diferentes para de manera sincera, patriótica si se quiere, abordar temas que son de interés nacional, ciudadano, no simplemente partidista. Hoy en Colombia, parecería que esto es posible, en la dinámica de recuperar los espacios de la política para los temas de nación, ciudadanía y sociedad. Podría hacerse realidad el sueño del presidente Duque de acordar un pacto por Colombia en torno a temas que a todos como colombianos nos conciernen. La reacción presidencial de convocar a uno que junte a toda la sociedad para enfrentar la corrupción es una buena señal.

Recoge el resultado del esperanzador proceso electoral del domingo que expresa un país saturado. Los que no votaron son los escépticos o incrédulos sobre el poder del voto y la capacidad de la sociedad de hacerle frente a ese demoledor cáncer de la corrupción. Lo del domingo podría originar el primer gran componente de ese necesario pacto que o es ciudadano con fuerza política o termina en otra frustración. Ni los políticos que se venden, ni los empresarios que los compran, ni los funcionarios venales que los acolitan pueden dormir tranquilos después del campanazo del domingo.

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