Sin duda, la pandemia por la COVID-19 representa uno de los más grandes desafíos que la humanidad ha enfrentado como especie en los últimos tiempos. La crisis planteada por la emergencia sanitaria, que ya casi completa un año de vigencia, ha agudizado las brechas y desigualdades sociales de los diferentes países del mundo, poniendo contra las cuerdas sus sistemas de salud en la lucha por el cuidado de los pacientes y en la contención parcializada del contagio al resto de la población.
En esa medida, gobiernos de diferentes países, centros de investigación públicos y privados, investigadores y académicos han desplegado enormes esfuerzos para poner a disposición de la población tratamientos, vacunas y planes de detección, prevención y atención que permitan contener el impacto de esta enfermedad. También se ha requerido el desarrollo de prototipos y avances tecnológicos para la fabricación de insumos e instrumentos médicos y materiales de prevención, sin mencionar todos aquellos campos de investigación que no se encuentran directamente relacionados con la atención en primera línea de la emergencia, pero que han requerido desarrollo e innovación para atender situaciones en diferentes ámbitos a causa de la pandemia.
En contraste, de manera insólita e inusitada, la emergencia sanitaria también ha permitido evidenciar el rechazo hacia la ciencia y hacia las evidencias científicas por parte de algunos mandatarios del continente americano y del mundo. La pandemia ha reflejado las nefastas consecuencias de esas posturas políticas y el riesgo que implican para la población.
Durante el 2020 se hizo común escuchar sobre las negligentes políticas para el manejo de la pandemia impulsadas por Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estado Unidos, que priorizaban la economía sobre la salud de su población. Trump argüía la necesidad de llegar a noviembre sin una economía en ruinas, reclamaba a China y a la OMS sobre la conspiración responsable de la elaboración del virus a pesar de los estudios científicos que apuntan a su probable origen zoonótico, y recomendaba de manera irresponsable y peligrosa “remedios milagrosos” contra la enfermedad, sin ningún tipo de evidencia científica y sin tomar en cuenta los efectos secundarios de dichas sustancias. Por su lado, Bolsonaro en su postura negacionista, catalogó la COVID-19 como una “gripecita”, despidió a dos ministros de Salud e incentivó las manifestaciones contra los confinamientos, impidiendo un manejo más apropiado de la emergencia sanitaria en Brasil, que pudo salvar miles de vidas. Las consecuencias las refleja el número de víctimas mortales, que en Brasil superó los 221.000 y en Estados Unidos asciende a los 448.000. Cada vez es más notoria una tendencia autoritaria que desdeña la razón y el pensamiento ilustrado del que se ufana la sociedad actual, acomodando los argumentos y la información según su conveniencia.
Pero esta manera de abordar la realidad no resulta ser nueva, en 2018 el presidente de Brasil negó la depredación y deforestación de la Amazonía, a pesar de las imágenes satelitales que lo probaban. De igual manera, tanto Bolsonaro como Trump han asumido posturas negacionistas sobre el cambio climático y la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, a tal punto que retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático, por poner algunos ejemplos. Estas posturas políticas, aunque en ocasiones resulten increíbles, están muy lejos de ser inofensivas.
En una situación inédita como la emergencia sanitaria a la que hoy asistimos, estas posturas políticas recuerdan de manera preocupante características de los fascismos europeos de hace 80 años.
Sin duda, el difícil momento que atravesamos como sociedad y esos brotes de negacionismo anticiencia nos plantean diferentes desafíos en torno a la reconfiguración de la relación universidad-sociedad, más allá de la formación. Las universidades desde nuestras actividades misionales, además de aportar en el desarrollo de ejercicios ambiciosos de innovación para el abordaje de problemas sociales, políticos, económicos y ambientales, debemos contribuir también en la comprensión de los argumentos científicos por el grueso de la población, ayudando a prevenir que el desconocimiento y la incertidumbre de situaciones como las que afrontamos actualmente se conviertan en un fortín político para mentes autoritarias y con ansias de poder.
* Rector, Universidad Pedagógica Nacional.