Presos de la esperanza

Ignacio Zuleta Ll.
16 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Reporte de arqueología del 12 de octubre del 2042: “Cartagena, Santa Marta, Tumaco, Buenaventura y San Andrés, recientemente descubiertas por el equipo submarino, fueron ciudades costeras que desparecieron del mapa por el calentamiento climático sin control en la era llamada Antropoceno Plutocrático. Los fuegos que consumieron los bosques andinos y los llanos fértiles en el 2021, la sequía que mató de hambre y sed a millones de colombianos en el 2023, la muerte de los arrecifes de coral y los manglares que dejaron sin peces a los dos océanos de la región y las consecuencias de deforestar la selva amazónica del continente durante el infame régimen Bolsonaro estaban anunciados. Ya en octubre 8 del 2018, un panel intergubernamental sobre cambio climático (IPCC) de la extinta Organización de las Naciones Unidas había advertido a los líderes mundiales del momento que la velocidad y la escala de la devastación no tenía antecedentes documentados en la historia y que, de no transformarse la economía mundial, …etc, etc”.

El reporte salió ciertamente el 8 de octubre de esta era. Aunque algunos medios aquí en Colombia trataron de darle preminencia, el asunto quedó diluido entre los azuzadores de la guerra y los espectáculos mediáticos. Y es natural. Mary Robinson, expresidente de Irlanda, que antes de reflexionar sobre la necesidad de la esperanza ante este calentamiento global catastrófico hace un análisis realista del asunto, afirma en una entrevista a The Guardian: “Estamos en un tiempo lleno de baches. Estamos en un mal ciclo político, particularmente porque Estados Unidos no solo no está liderando, sino que está perturbando el multilateralismo y está fomentando el populismo en otros países”. Colombia es uno de esos otros países, como se vio luego de la entrevista Duque-Trump.

Y es que los codiciosos están infectados con la enfermedad mental que Oliver James equipara en su libro Affluenza a un virus, en el que el corrosivo efecto del consumismo en la salud mental es una patología causada por la publicidad y la inequidad creciente. ¿No dijo acaso Trump, dirigiéndose a su plutocracia nacional cuando pasó la primera reforma tributaria, en una reunioncilla en Mar-a-lago: “ustedes se han vuelto mucho más ricos”? ¿Y no había afirmado años atrás que “parte de mi belleza es que soy muy rico”?

Parecería que estos enfermos que se creen dueños del planeta hubieran decidido que, ya que lo están acabando, ¿por qué no sacarle el máximo provecho mientras dure? No creo que sea menos perverso lo que pasa por sus mentes.

Sin embargo, suscribo lo que afirma con optimismo Mary Robinson en la entrevista mencionada y en su libro Justicia climática: esperanza, resiliencia y la lucha por un futuro sostenible: “No creo que como raza humana seamos tan estúpidos que no podamos enfrentar juntos la amenaza… y hallar una humanidad y una solidaridad común para enfrentarla… si tenemos voluntad política”. Los ejemplos de su libro son gente del común. La irlandesa afirma que las mujeres son la clave, plantando árboles, reciclando, diseñando una dieta sostenible y tomando otras medidas grandes y pequeñas con esa cualidad femenina de nutrir el universo; porque son ellas las que tienen que aguantar las mayores penurias de un cambio en el planeta y también ellas las que, por fortuna, nos mantienen, como decía Desmond Tutu, presos de la esperanza.

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