Notas al vuelo

Priorizar el diálogo

Gonzalo Silva Rivas
20 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

En el transcurso de la década –y como consecuencia del mejor clima de seguridad– la presencia de Colombia en las páginas de prestigiosas publicaciones extranjeras se hace frecuente y el aumento de turistas conserva una constante curva de crecimiento. Desde 2015, cuando la revista estadounidense especializada en turismo Condé Nast Traveler destacó a Bogotá y Medellín como ciudades para visitar, la tendencia mediática en el exterior, en la que se identifica al país como uno de los destinos favoritos del continente, mantiene al alza.

En 2016, The Guardian publicó cuatro especiales sobre los diversos atractivos locales, y un año después Lonely Planet, CNN y Le Monde incluyeron al país dentro de los 20 destinos para ser conocidos en 2017. El producto y las propuestas turísticas fueron reseñados el año pasado en varias selecciones anuales de guías de viaje, y para el arranque de este 2019 el nombre de Colombia conservó espacio en las portadas de importantes revistas internacionales.

La revista Forbes, por ejemplo, apuesta para la temporada a una decena de destinos exóticos e incluye a Colombia como uno de los lugares a considerarse dentro de las alternativas turísticas, al lado de Madagascar, Bután del Este, Mongolia y la rivera turca. También Bogotá vuelve a tomar parte de la baraja de posibilidades urbanas, al destacársele su oferta gastronómica, artística y cultural, que la sitúa en un listado élite de capitales latinoamericanas.

La National Geographic, entre tanto, no solo invita a conocer la Amazonia peruana, la Dordoña francesa, la región de Canterbury en Nueva Zelanda o la joya balcánica de Montengro, sino ese atractivo colombiano de características únicas llamado Caño Cristales, en el Meta, considerado uno de los ríos más bellos del mundo, gracias a su lecho tapizado de plantas acuáticas que, expuestas al sol, proyectan en el agua la magia de los gradientes colores del arco iris. Caño Cristales, como el Parque Nacional La Macarena, por donde desfila su vistosa corriente, estuvo durante décadas bajo el control de la guerrilla y hoy en día es una de las más promisorias propuestas turísticas nacionales.

El reconocimiento internacional de Colombia como destino de viajes no ha sido un hecho espontáneo, fortuito ni surgido al azar, sino el resultado de los frescos aires que produjo el proceso de paz adelantado con el mayor grupo guerrillero, ahora vinculado a la actividad política. El acuerdo, apoyado por medio país, mejoró índices de seguridad, proyectó tranquilidad y creó un positivo ambiente de expectativas en la industria turística, al ampliar los límites del mercado con la promoción de nuevos territorios enclavados entre hermosos parajes naturales, dispuestos a atraer la atención de turistas nacionales y extranjeros.

Para no desandar el camino recorrido en el sector, el presidente Duque debería resistirse a los acordes guerreristas y mantener firme su promesa de campaña de no hacer trizas lo convenido con las Farc por parte de su antecesor. Las intenciones de modificar la JEP, sumado a los escasos avances en restitución de tierras, sustitución de cultivos y erradicación de la pobreza rural, no solo impedirían resarcir a las víctimas y conocer la verdad de tanta tragedia, sino que pondrían en tela de juicio los compromisos adquiridos por el Estado, con afectación de su credibilidad.

La negativa al diálogo con el Eln, una pequeña minoría desposeída del apoyo popular pero con suficiente capacidad destructiva, cubre de sombras el horizonte y envía señales que sirven de pretexto para nuevas actitudes delirantes de este grupo guerrillero, dispuesto a poner en su mira de terror tanto a los líderes sociales como a la infraestructura petrolera, con sus graves impactos sociales, ambientales y económicos. Azuzar el conflicto les facilitará apoderarse de los espacios dejados por la otrora agrupación rebelde desmovilizada, en convivencia criminal con disidencias de las Farc y bandas de narcotraficantes y exparamilitares.

Blindar la paz evitará la puja criminal de la delincuencia multiforme por retomarle el pulso a un país que hace cuatro años parecía renovarse de optimismo. Priorizar el diálogo sobre las armas implicará apalancar procesos de transformación social en los territorios de violencia, a fin de incorporar a las comunidades, con respeto de sus dinámicas y sus trayectorias.

La intención de perdurar la guerra sacará nuestro producto turístico de las publicaciones de viajes, regresará al país a las crónicas rojas de la prensa amarilla y virtualmente hará trizas el providencial realismo mágico que podría darle a Colombia una segunda oportunidad sobre la Tierra.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5

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