Somos profecía cumplida. Sin lugar para sorpresas. Por más fuerza que hacíamos, sabíamos que vivíamos una paz transitoria y frágil. Que tarde o temprano, de la mano o la boca de las extremas, volveríamos a esta guerra estúpida. Una responsabilidad compartida, con protagonismo de este Gobierno incumplido y de violentos que, en medio de la tregua, entendieron que civilidad y legalidad no tenían que ver con ellos. Pero también de esta sociedad insensible que no defiende sus conquistas al vaivén de iras y pequeñas venganzas.
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