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Protestas en Estados Unidos

Mauricio García Villegas
06 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos comienza con estas palabras: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Esta proclama humanista, sin embargo, ha sido desmentida por una discriminación racial que aún hoy persiste.

La Declaración se empezó a malograr con la Constitución de 1787, que admite la esclavitud sin decirlo explícitamente. Lo que ocurrió fue esto: durante los debates que dieron lugar a la nueva Constitución, los estados del norte exigían que los esclavos fueran considerados como personas, o de lo contrario no podían ser contados para determinar el número de representantes de esos estados en la Cámara; además, sostenían que los esclavos, liberados, debían ser incluidos para determinar el monto de los impuestos. Los estados del sur, por su lado, no querían que los esclavos fuesen contados para pagar impuestos, pero sí para establecer la representación en la Cámara. Finalmente, la Constitución consagró una solución ambigua, entre caprichosa y solapada, que dice los siguiente: “Los representantes y los impuestos directos serán prorrateados entre los diversos estados que puedan formar parte de esta Unión según la cantidad respectiva de sus habitantes, la cual será determinada añadiendo al número total de personas libres, entre las que se incluye a aquellas que están al servicio por un cierto número de años y se excluye a los indios que no paguen contribución, las tres quintas partes de todas las demás personas”. Dicho en otras palabras, la Constitución habla de dos individuos: el libre (blanco), que es ciudadano, y el esclavo, que vale tres quintos de lo que vale el blanco.

Esta disparidad entre la retórica de la igualdad y la realidad de la discriminación dio lugar a la guerra de Secesión, entre 1861 y 1865, que empezó cuando siete estados del sur se negaron a liberar a sus esclavos, como lo exigía el gobierno del presidente Abraham Lincoln. En dicha guerra murieron unas 700.000 personas y el país quedó devastado. Sin embargo, a pesar del triunfo de Lincoln, una parte poderosa de la población blanca del sur instauró un sistema de segregación racial que imperó hasta la década de los 60 del siglo XX, con la infame consigna de razas “iguales pero separadas”. Parece increíble, pero esto esto duró hasta los años 50, cuando se produjo el fallo Brown, que desmontó la segregación, pero que tampoco fue suficiente, porque tuvo que venir luego, en los 60, el movimiento por los derechos civiles.

Un nuevo capítulo (el tercero) de la lucha contra la discriminación racial en los Estados Unidos parece estar en curso, desencadenado por muchos asesinatos de negros cometidos por policías, desde el adolescente Trayvon Martin en 2012, hasta George Floyd, la semana pasada. Se calcula que cada año la policía mata a unas mil personas por causas a veces justificadas y a veces no y que, de acuerdo con su participación poblacional, la policía mata tres veces más afroamericanos que caucásicos.

Hoy se habla mucho de la guerra de Secesión, de sus monumentos y de sus héroes. Quizás eso se deba a que cada vez hay más analistas que, viendo la situación actual, con un presidente favorable a la supremacía blanca y con una crisis económica de enormes magnitudes, no descartan una nueva guerra civil. Ojalá no ocurra eso y la sociedad estadounidense encuentre la manera pacífica de que, por fin, después de más de dos siglos, lo dicho en la Declaración de Independencia se cumpla.

 

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