Provocación

Ana Cristina Restrepo Jiménez
03 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

En algún momento de la vida nos toca ser dinosaurios, rugir en la defensa de “viejos valores” que están en las bases de un oficio…

El VIII Encuentro de Investigación Escolar invitó al profesor Julián de Zubiría, director científico de la Fundación Instituto Alberto Merani y asesor educativo de las Naciones Unidas. El Colombiano le preguntó: “¿Qué no nos deberían enseñar en la escuela?”. El pedagogo respondió con varias frases provocadoras (algunas, un tanto obvias): “De nada sirve recitar las capitales”, “más preguntas y menos respuestas”, “viva el debate con argumentos”, “lo distinto no es mejor o peor, es distinto”.

Quisiera detenerme en una de sus afirmaciones: “Si los niños no entienden una frase, ¿qué van a entender los pretérito pluscuamperfectos?”. De Zubiría asegura que con los alumnos no se debería trabajar la gramática, ni la ortografía: “Lo que necesitamos es que los niños hablen, que hilen ideas y que escuchen. El eje con el que se enseñan estas áreas es el estudio de la lengua, y esto no sirve. Incluso la literatura desborda al niño, sería más lógico y tendría más peso si se considerara discutir la televisión que ven o lo que leen en la prensa”.

Juega en su contra el tipo de institución que dirige: pese a que se presenta como un colegio para “estudiantes de diversas capacidades intelectuales”, la Fundación Instituto Alberto Merani se asocia con alumnos de coeficiente intelectual superior al promedio. “Sus muchachos vienen con el pluscuamperfecto incorporado”, dijo en broma una profesora de Eafit.

¿Podemos encontrar un punto medio entre las planas eternas con las cuales nos castigaban las monjas y la tolerancia de quienes no discriminan entre “hacia”, “hacía” y “Asia”?

La verdadera provocación subyace en trabajos de nivel universitario que parecen estornudos de tinta, plagados de tildes, con puntuación caprichosa. Es ya un lugar común la excusa coral de los alumnos cuando reciben los exámenes corregidos: “¡Profe, hasta García Márquez dijo que la ortografía debería desaparecer!”.

El maestro pronunció un célebre discurso en el Congreso Nacional de la Lengua Española, en 1997: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna […] pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver”.

Entre lágrimas, los profesores de escritura nos escudamos en la entrevista que Joaquín Estefanía le hizo a Gabo para esclarecer sus palabras.

Si el ingeniero requiere herramientas de medición para levantar un puente, el diccionario es el instrumento básico de quien escribe, no solo por la corrección ortográfica, sino por la sana costumbre de dudar de los significados y descubrir palabras nuevas. Si de ejercitar la escritura se trata, no hay diccionario que suplante la disciplina (¡el goce!) en la lectura.

La provocación en el discurso es un bálsamo en cualquier campo del conocimiento, pero corre el riesgo de la interpretación amañada, sin contexto, la misma que entroniza “leyendas académicas”… como la victoria de la mala ortografía.

 

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