Prueba de esfuerzo para el viejo Tío Sam

Sergio Otálora Montenegro
03 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.

Miami. Desde el 20 de enero de 2017 la democracia estadounidense ha estado sometida a unas de las pruebas más duras en sus 242 años de vida de república independiente y soberana: la llegada a la Casa Blanca de un presidente que, bajo el disfraz del hombre antiestablecimiento, gobierna para él mismo y, de paso, le da algo de contentillo a su base.

Sigue siendo muy popular entre los republicanos. Más del 80% está de acuerdo con él. No importa que en una especie de retiros espirituales de los republicanos, en un “resort” en West Virginia, haya dicho que es mejor presidente que Washington y Lincoln juntos. Los congresistas de su partido se ríen de semejante disparate, con toda seguridad se deben burlar a sus espaldas, pero cuando lo tienen al lado se achican, se encogen, para que el bufón trate de brillar con luz propia.

Pero no solo parecen pequeños a su lado. La verdad es que se ven como miniaturas porque su estatura moral se ha reducido a su más mínima expresión. Al ser cómplices de un narciso que no respeta nada porque él se considera un ser superior, han terminado por compartir todos los pecados que ha sembrado con dedicación en su paso por el poder.

El primero de ellos: tratar de bloquear, deslegitimar y obstruir la investigación que lleva a cabo Robert Mueller, el agente especial nombrado por el vicefiscal Rod Rosenstein para tratar de clarificar las relaciones entre la campaña del magnate inmobiliario y la intromisión de los rusos en el proceso electoral de 2016. Tal pesquisa ya le está respirando en la nuca al presidente y a su círculo más íntimo.

Por lo tanto, el pasado jueves decidió darle luz verde a un memorando, preparado por uno de sus aliados, el presidente  del comité de inteligencia de la Cámara, el republicano Devin Nunes, en el que supuestamente se demostraría que el FBI (la agencia federal de investigaciones criminales) habría violado derechos civiles durante la investigación sobre la intromisión rusa en las elecciones presidenciales en las que salió electo Donald Trump.

Ese memorando tendría información secreta, clasificada, que no podría salir a la luz pública. Además, estuvieron en contra de su publicación el Departamento de Justicia y el mismo director del FBI, Christopher Wry. Pero eso no importó y, contra viento y marea, la Casa Blanca decidió dar a conocer una información que es considerada incompleta, no muestra toda la realidad de los procedimientos de esa agencia de investigación cuando se trata de hacerles un seguimiento a agentes de países extranjeros que podrían estar comprometidos en acciones de espionaje o terrorismo.

El segundo punto de esta prueba de esfuerzo es ya la matriz de comportamiento del inquilino de la Casa Blanca de creer que el fiscal general de Estados Unidos debiera actuar como su abogado privado. Y el resto de líderes de las agencias de investigación, de inteligencia y contrainteligencia deberían estar a su servicio para ayudarlo a superar la enorme sombra de duda que se ha creado por la intervención de Rusia en el triunfo electoral de Trump.

La tercera prueba de esfuerzo para el viejo Tío Sam es la ruptura con muchos de los protocolos y rituales de la democracia estadounidense. El simple hecho de que un presidente utilice una red social para desfogar sus frustraciones, expresar de manera improvisada su política internacional, insultar a sus críticos y desautorizar a miembros de su propio gabinete es ya un exabrupto en la larga tradición de la política bipartidista estadounidense.

Pero lo que ha prendido todas las alarmas es el intento de exigirles al FBI y al Departamento de Justicia que investiguen a su antigua oponente, Hillary Clinton. El propósito es desviar la atención de lo que podría ser una operación orquestada desde el Kremlin, con pleno conocimiento de los miembros más conspicuos de la campaña presidencial de Trump, para debilitar y acabar con las aspiraciones presidenciales de Hillary. Pero la otra lectura es más siniestra: utilizar el poder del Estado para empapelar a los opositores.

El Wall Street Journal ha insistido, una y otra vez, que los contrapesos del sistema han frenado los ímpetus autoritarios del nacionalista enquistado en la Casa Blanca. Es claro que Trump es un racista, un supremacista blanco, que no ahorra esfuerzos, ni palabras, para sintonizarse con esa franja lunática que quisiera volver a la época de un país blanco, sin grandes mestizajes, en el que los latinos y negros eran una minoría reprimida o insignificante. Pero la demografía ha cambiado de manera radical y, a la vuelta de 40 años, los blancos anglosajones ya no serán mayoría.  Y eso los lleno de terror.

El Partido Republicano ha caído muy bajo. Ha pelado el cobre de la manera más grotesca posible. Ha demostrado lo corrupta y sucia que puede ser la política. La maleabilidad de los valores y convicciones. La disolución de las fronteras morales cuando se trata de mantener los factores de poder.

La única esperanza posible es que el próximo noviembre, en las elecciones de mitad de periodo presidencial, los electores ajusten cuentas y permitan un cambio sustancial en la correlación de fuerzas en Washington. Es decir, que los demócratas por lo menos conquisten la Cámara. Los más optimistas creen que la debacle republicana será total y los demócratas también serán mayoría en el Senado.

Lo paradójico es que, al mismo tiempo, la economía marcha muy bien, por ahora. Hay confianza en los consumidores y los grandes capitales están listos a aprovechar las jugosas exenciones de impuestos firmadas por Trump. La especulación financiera de Wall Street está de plácemes.

Trump es un caudillo demasiado imperfecto. A diferencia de los hombres providenciales, quienes se encargan de ser imprescindibles (al estilo de Fidel Castro o Hugo Chávez), éste es un monigote que puede quedar a la deriva en cualquier momento. No lo necesitan ni el parlamento, ni su partido, ni los grandes poderes económicos. A pesar de él, la economía estadounidense se mueve, al igual que los grandes capitales.

La pregunta de fondo, sin embargo, es por qué sigue teniendo aliados dispuestos a hacerse el harakiri en aras de defender a un personaje que ha demostrado ser por completo irrelevante.

 

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