Publicidad y realidad distorsionada

Catalina Uribe Rincón
31 de agosto de 2017 - 02:30 a. m.

Cada vez que recibo un video sobre alguna catástrofe o sobre alguna noticia trágica experimento una sensación de molestia. Inmediatamente después de leer el titular y de prepararme psicológicamente para la imagen atroz, tengo que aguantar por 15 segundos una publicidad alegre sobre algún producto.

Así, por ejemplo, antes de ver a venezolanos protestando y muriéndose de hambre, vi a un tigre naranja bailando feliz, quien me invitaba a comer Cheetos. Antes de ver las imágenes de terror que dejó el ataque en Barcelona, vi a una mujer usando Groupon y gozando de masajes con piedras calientes, jugando bolos o comiendo hamburguesa en familia. Una de las más impactantes —porque no parecía fortuita— fue la imagen de personas con cara de satisfacción por haber pagado un seguro de hogar seguida de los escombros e inundaciones que dejó el huracán Harvey en Texas.

Lo anterior, por supuesto, no es nuevo. La publicidad ha hecho siempre parte de los noticieros. En Colombia, más que en cualquier otro lugar, hemos vivido ese momento extraño en el que termina un reportaje sobre un secuestro o un asesinato y empieza la franja de comerciales. Pero hay una diferencia: el espectador es consciente de que es una franja, un espacio separado de las noticias. Es más, me acuerdo de cuando era pequeña y mis padres silenciaban el televisor en el momento de las propagandas. Aprendí a ignorar las propagandas antes que la noticia.

La expansión del mundo tecnológico parece estar propiciando lo contrario. Nos invita a ignorar la noticia y a vivir una realidad casi distorsionada de los hechos. Y no solo en las noticias. Hace poco leí sobre lo duro que es para los militares el uso de los drones en la guerra. Los pilotos de estos artefactos se meten en un búnker, miran muy de cerca a quienes van a matar, lanzan una bomba en un lugar totalmente alejado del mundo y salen como si nada a comer con su familia.

Estar agobiados por la cantidad de información implica también estar agobiados de emociones. Pasamos de la rabia a la alegría, a la tristeza y a la indignación. Muchas veces no se distingue la noticia de la propaganda. Los cambios tecnológicos llegaron para quedarse. Pero quizá hay que empezar a pensar cómo la explosión de información ofusca no sólo la atención, sino la capacidad de nuestras emociones para conectarnos con el mundo.

 

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