¿Qué dicen los pájaros?

Arturo Guerrero
03 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

En sus comienzos los dinosaurios fueron pájaros. Tremendos murciélagos diurnos. Llevan 60 millones de años relegados de la historia por culpa de una pedrada sobre el golfo de México. No obstante, son ídolos de los niños que los ven como cipotudas maquinarias de los sueños.

Los niños intuyen que los dinos guardan muchos rompecabezas de cuando la Tierra era niña. Cómo sabrán de secretos que hoy, tiempo de ciencia, algoritmos y data, los museos y los circos los fabrican de caucho y varillas para que nadie olvide lo que es el espanto.

Pues los sucesores de los fósiles con alas son los pájaros de todos los días. Por ser pequeños los perdonó el meteoro. Se elevaron por encima del hongo, levitación que les quedó imposible a los gigantes que hacían temblar el suelo.

Los pájaros son, entonces, sobrevivientes de aquella extinción. Conservan una memoria celular de lo que había antes y de lo que subsistió después. Vivieron un ensayo del fin del mundo a escala silvestre. Conocen el abuso, el estallido, la aridez y el reverdecimiento.

En los actuales días de abuso y de estallido sigiloso, esos pájaros reviven en las grandes ciudades la desgracia y gracia de sus antepasados. Por eso concuerdan en trinos de advertencia y de dicha entre los edificios, a partir de las cinco de la mañana y durante por lo menos una hora. ¿Qué dicen los pájaros?

Más que decir, cantan. Pasan revista a su larguísima existencia en el planeta. Bajaron de los cerros y montañas con instrumentos afinados e inundaron los despertares. Cada día son más y suenan con mayor énfasis. Están que se hablan. Las gentes los oyen con el ojo entreabierto y se desconciertan pues ignoran si el concierto viene de los balcones y azoteas o desde los árboles ralos que verdean en los parques enlozados.

El discurso alado tararea que recuperaron los altos jardines de cemento a medida que advirtieron la transparencia del aire. Se fueron los humos de los carros, los truenos de los camiones, y se cercioraron de que la atmósfera se blanqueó. Resiliencia: ellos saben lo que es esto, en medio de una naturaleza con poderío superior al de los depredadores.

Dos semanas de encierro bastaron para que los respiradores artificiales que miden la turbidez marcaran verde. Dos semanas más adelante quién quita que la hierba recupere los entresijos del asfalto para que zorros y venados consigan qué comer entre semáforos.

No todo es seráfico. Hay pájaros de pájaros. Entre ellos, las palomas están fatales. Se agolpan con susto en el suelo del parque Lourdes de Chapinero, por ejemplo. Cunde el desconcierto porque se acabó el maíz en plástico de algunas viejitas pías. Estas aves se habían resignado a una dependencia compasiva. Por eso hoy parecen monjitas de la caridad, negras con pintas blancas.

Pican piedritas que les desbaratarán el estómago. Pasa un transeúnte y ni siquiera se espabilan. No tienen fuerzas estas palomas atenidas a la caridad humana. Abdicaron de sus privilegios naturales y se arrimaron al árbol que menos cubre. No cantan, no dicen lo que dicen los pájaros, sus hermanos libres.

arturoguerreror@gmail.com

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