¿Qué dirán?

Danilo Arbilla
10 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Dijo el papa Francisco: “Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia” (¿?). ¿Cuándo? ¿En los próximos seis años en que Nicolás Maduro pretende mantenerse en el poder, ilegítimamente y a sangre y fuego si es preciso?

También deseó el argentino Jorge Bergoglio que “los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos para que no prevalezcan las divisiones y las discordias” (¿?). ¿Cómo? ¿Con la resurrección de los más de 300 muertos, recobrando la libertad de prensa, sin apaleamientos, con el fin de la dictadura Ortega-Murillo, que tiene las mismas aspiraciones que Maduro?

El jefe de la Iglesia católica en caso fue crítico y con su mejor tono proletario-kirchnerista advirtió: “Unos pocos celebran banquetes espléndidamente y muchos no tienen pan”. ¿A quién se refería? Quizás a Maduro y la cúpula militar en el poder o al matrimonio Ortega-Murillo. Es seguro, o casi, que sus mesas han de ser espléndidas. Lo que sí es totalmente seguro es que no habrá pan en miles y miles de mesas de nicaragüenses y muchas más de venezolanos. ¿Sabe el papa que en Venezuela un salario mínimo no da ni cerca para dos comidas modestas de una familia o que no alcanza para comprar dos kilos de carne?

¿Cómo les caerán estas “bendiciones” del pontífice a los familiares de los muertos y de los presos políticos en Nicaragua y Venezuela? ¿Qué pensarán los 2,3 millones de venezolanos en el exilio y los muchos más que pasan hambre en Venezuela?

A nadie pueden sorprender estas declaraciones del papa. Esa ha sido su tesitura: con el cuento del diálogo y la reconciliación, ha sido el mayor respaldo para Maduro. Con esa “propuesta” de armonía lo sacó de los pelos dos años atrás y es responsable del agravamiento de la crisis de Venezuela. El papa habla de “banquetes espléndidos” y omite hablar de las violaciones de los derechos humanos. ¿No sabe que en Nicaragua echaron a la CIDH de la OEA?

Nadie debería extrañarse y menos tratar de “explicarle e informarle” al papa lo que pasa en Venezuela. Él bien que lo sabe.

Tengo curiosidad, sí, en saber lo que dirá la Iglesia católica sobre todo este performance de Bergoglio, dentro de 30, 40 o 70 años, o dentro de cuatro o cinco siglos. Pedirá perdón como con los “abusos”, o admitirá que la tierra se mueve dándole la razón al porfiado de Galileo, o modificará el relato, dentro de lo posible, como en el caso de la bendición de los cañones.

¿Y qué dirá, por ejemplo, el presidente mexicano López Obrador, que echó para atrás y retomó el buen camino según dijo el gobierno de Cuba? Ahora AMLO apoya a Maduro. Quizá no tenga mucho más que explicar, a lo sumo, decir que vuelve a la vieja política del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el cual AMLO se inició y bebió de sus fuentes pasando por alto la “matanza de Tlatelolco”, y en presidencias como las de Luis Echeverría y José López Portillo, en las que se robó a manos llenas. Se trata de la política de independencia de siempre (con alguna inflexión ante EE. UU.), dirá.

Más difícil de explicar le resultará a la izquierda uruguaya y al hoy gobernante Frente Amplio. ¿Qué dirán? ¿Quizás tengan que hacerlo dentro de muy poco tiempo? La posición del gobierno uruguayo frente a la crisis venezolana es una de las cosas que más ha llamado la atención a nivel internacional. Nadie se explica que apoyen tan tozudamente a un régimen a todas luces dictatorial. Se buscan explicaciones. Lo hacen los analistas de importantes medios; comienzan a escarbar, y seguramente seguirán escarbando.

Como que se le ha movido el piso al “pequeño y ejemplar” país. Todo ello está mellando la imagen al Uruguay, al gobierno y a la propia izquierda.

Y todo ese costo por apoyar a Maduro, a los militares venezolanos y sus socios cubanos.

 

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