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¿Qué es la democracia?

Oscar Guardiola-Rivera
09 de septiembre de 2020 - 05:20 a. m.

Han muerto algunos de nuestros mejores pensadores justo cuando mas los necesitábamos. Justo cuando el mundo despierta a la pesadilla que ellos y varios de nosotros habíamos venido advirtiendo desde hace tiempo en nuestras esquinas del mundo, también Colombia. El retorno del fascismo, o la aparición de formas derivadas del mismo que animan los Trump y Bolsonaro, Yañez y el subpresidente Duque o su jefe en las Américas.

De entre quienes han partido en las semanas anteriores, querría nombrar tan solo a David Graeber. Su nombre se suma a una lista ya demasiado larga que incluye también a Mark Fisher, Bernard Stiegler y antes a Stuart Hall y Ernesto Laclau. A este último se lo sigue leyendo mal. Hace unos días, algún economista metido a filósofo amateur repitió en estas páginas el mantra cansino según el cual Laclau habría sido el ideólogo temprano del ‘populismo’ en nuestra América. En tales comentarios se malentiende el papel del pensador: lo suyo no es persuadir ni decirnos que pensar. Para eso están los opinadores, los oradores y la industria publicitaria.

También el infoentretenimiento que, asociado a los grandes capitales propietarios de medios, ha pervertido la esfera pública en la cual se supone germinan lo político y la voluntad general. La han convertido en una cámara de eco o un cuarto oscuro y sellado en el cual los espectadores contemplan alelados unas sombras que toman por verdades. Los pensadores distinguen entre la opinión y la verdad con el fin de iluminar el sendero que nos permitiría a todos caminar rectos hacia la luz. Aún al precio de levantarse en contra de la opinión dominante, y jugarse la vida en ello. Así ha sido desde los tiempos de Irsesh y Platón, a quienes debemos la imagen que he usado mas arriba y que tan bien describe nuestro dilema en el presente.

Laclau sabía que no pueden reducirse ni la retórica a la persuasión ni la justicia a los ordenes normativos del presente. Y que es en el momento populista de toda política cuando cabe distinguir entre lo ético o la experiencia de lo que falla en la sociedad actual y la normatividad. De otra manera, lo ético y la justicia serían absorbidos por lo que una sociedad en particular considera justo en un punto particular del tiempo. Esta última es la receta del totalitarismo y el fascismo. Y es la confusión en la cual caen los populistas de derechas y los posfascismos que nos gobiernan. Frente a los tales, lo ético es hacer la huelga general. Algo similar nos enseñó David Graeber, muerto esta semana. La evidencia antropológica demuestra que la guerra de un pueblo contra otro, o ‘nosotros’ contra ‘ellos’, es secundaria pues prima antes el enfrentamiento entre el rey o el jefe y el pueblo, que sólo existe en su enfrentamiento a éste. Es a la definición perenne de la democracia.

 

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