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¿Qué hacer con los gemelos?

Thomas L. Friedman
22 de junio de 2014 - 02:00 a. m.

En estos momentos se habla mucho sobre Estados Unidos formando equipo con Irán para devolverle el empujón a la coalición de milicias sunitas que ha tomado el control de Mosul y otras ciudades sunitas en el oeste de Irak y Siria.

Por ahora diría que hay que mantenerse fuera de esta pelea —no porque sea la mejor opción, sino debido a que es la menos mala—.

Después de todo, ¿en qué contexto estaríamos interviniendo? Irak y Siria son gemelos: sociedades multiétnicas y multisectarias que han sido gobernadas, como otros Estados árabes, de arriba abajo. Primero fue por otomanos con mano suave que gobernaron a través de notables locales de una manera descentralizada, después con el puño de hierro de los británicos y poderes coloniales de los franceses para, más tarde, por reyes y dictadores nacionalistas con mano de hierro.

Actualmente, los otomanos ya desaparecieron, los británicos y franceses ya se fueron, así como han desaparecido muchos de los reyes y dictadores. Nosotros removimos al dictador de Irak; la OTAN y rebeldes tribales removieron al de Libia: el pueblo Túnez, Egipto y Yemen se deshicieron de los propios, y algunas personas en Siria han intentado derrocar los suyos. Cada país ahora enfrenta el desafío de intentar gobernarse horizontalmente haciendo que las diferentes sectas, partidos y tribus se pongan de acuerdo sobre contratos sociales de cómo vivir juntos como ciudadanos iguales que se rotan el poder.

Túnez y Kurdistán han tenido los mejores resultados en esta transición. Los egipcios intentaron y encontraron tan intolerable la inseguridad que trajeron de vuelta el puño de hierro del ejército. Libia ha colapsado en un conflicto entre tribus. Yemen lucha con un tambaleante equilibrio tribal. En Siria, la minoría chiíta/alauita, más los cristianos y algunos sunitas, parecen preferir la tiranía de Bashar Assad a la anarquía de los rebeldes dominados por islamistas; los kurdos sirios han forjado su propio enclave, así que el país ahora es un tablero de ajedrez.

En Irak, el primer ministro chiíta, Nouri al-Maliki —quien tenía la mejor oportunidad, más dinero del petróleo y más ayuda de EE.UU. para redactare un contrato social para la manera de gobernar a Irak horizontalmente— optó más bien, desde el momento que los estadounidenses se marcharon, darles poder a los iraquíes chiítas y quitárselo a los iraquíes sunitas. No causa sorpresa que los iraquíes sunitas hayan decidido tomar su propio trozo sectario del país.

Así que, actualmente, todo parece indicarlo, un Irak unificado y una Siria unificada ya no pueden ser gobernados vertical u horizontalmente. Los dirigentes ya no pueden tener el poder para extender sus puños de hierro hacia cada frontera, y la gente ya no tiene la confianza para extender sus manos entre sí. Parecería que la única forma en que ellos pueden seguir unidos es si llega una fuerza internacional, desaloja a los dictadores, desarraiga a los extremistas y forma una política consensual de abajo arriba; proyecto generacional para el cual no hay voluntarios.

¿Qué hacer? No fue erróneo creer después del 11 de septiembre que a menos que esta región produjera un autogobierno aceptable, seguiría fallándole a su propia gente y negándole la capacidad de volver realidad su potencial pleno, razón por la cual ocurrió la Primavera Árabe, y que sus patologías también continuarían escupiendo al maniaco ocasional, como Osama Bin Laden, que pudiera amenazarnos.

Sin embargo, lo necesario terminó siendo imposible: no sabíamos lo que estábamos haciendo. La generación posterior a Saddam Hussein de dirigentes iraquíes resultaron como niños víctimas de abuso que después se convierten en padres abusivos. Los iraníes alentaron constantemente la supremacía chiíta y frustraron nuestros esfuerzos por fomentar pluralismo. Mezquitas y organizaciones de caridad en Arabia Saudita, Turquía, Kuwait y Catar siguieron financiando a predicadores y combatientes que promovieron el peor extremismo sunita. Además, miles de hombres musulmanes marcharon a Siria e Irak para pelear por el yihadismo, pero ninguno marchó allá para pelear por el pluralismo.

Podría decir que antes de que el presidente Barack Obama deje caer siquiera una lata vacía de Coca-Cola desde un avión caza de Estados Unidos sobre las milicias sunitas en Irak, necesitamos insistir en que Al-Maliki renuncie y se cree un gabinete de unidad nacional que esté compuesto por incluyentes líderes chiítas, sunitas y kurdos. Yo podría decir que esa es la condición necesaria para la reunificación de Irak. Además, podría afirmar que no está absolutamente en nuestro interés o del mundo ver cómo se desgarra Irak y un segmento es gobernado por asesinas milicias de sunitas.

Sin embargo, tengo que decir lo siguiente: se siente que es tanto tarde como muy pronto para detener la desintegración. Demasiado tarde porque ya desapareció cualquier confianza que hubiera entre comunidades, al tiempo que Al-Maliki no está intentando reconstruirla, y demasiado pronto porque parece como si los iraquíes van a tener que vivir separados, y ver cuán loco y empobrecedor es eso, antes de que las diferentes sectas puedan coexistir pacíficamente.

En el ínterin, no se puede negar que el terrorismo pudiera ser exportado hacia nosotros desde el nuevo y radicalizado “Sunistán”. Sin embargo, nosotros tenemos una Dependencia de Seguridad Nacional, a la CIA y drones para lidiar con esa amenaza ahora siempre presente.

El pluralismo llegó a Europa sólo después de muchos siglos de uno u otro lado en guerras religiosas, pensando que podía tener todo, y después de mucha limpieza étnica creó naciones más homogéneas. Europa también pasó por la Iluminación y la Reforma. Los árabes musulmanes necesitan seguir la misma travesía. Ocurrirá cuando ellos quieran o cuando hayan agotado todas las demás opciones. Mientras tanto, fortalezcamos las islas de decencia —Túnez, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Líbano y Kurdistán— y reforcemos nuestra propia democracia para aislarnos tan bien como podamos.

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