“Que no panda el cúnico”

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
05 de marzo de 2020 - 01:37 p. m.

Nadie como el Chapulín Colorado para hacer un llamado a la calma estando lleno de miedo. Algo similar es lo que está sucediendo en algunas partes del mundo con el coronavirus. De un momento para otro, muchas personas se han convertido en los seres más asépticos del mundo. En un santiamén, aquellos que rara vez se lavaban las manos, ahora están dispuestos a echarse aguarrás con uranio para eliminar cualquier bicho, bacteria, suciedad, o partícula que toque o roce alguna parte de su cuerpo. De la nada, se han empezado a agotar ciertos productos en los supermercados y droguerías esperando esa especie de Armagedón o de juicio final, como lo muestra la increíble película de los años 90 12 monos. Como si se tratara de un mal chiste, una de las últimas personas que crucé no me quiso dar la mano y otros tantos conocidos han atiborrado sus casas de unos enlatados que muy probablemente nunca van a comer.

No soy un experto en la materia y no me interesa serlo. Sin embargo, sí veo en la situación presente una inquietante inseguridad frente a lo desconocido que genera más pánico que la enfermad misma. En el fondo, creo que las personas le tienen más miedo a no saber con exactitud los límites y el origen exacto del virus que a sus consecuencias reales. Si a ese temor le sumamos la capacidad que tienen las redes sociales para decir lo que sea, es normal que vivamos en un permanente estado apocalíptico. En mi caso, esa desinformación, o por el contrario el exceso de información, me asustan más que cualquier cosa. Esa es la puerta directa al caos y una invitación a comportarse de manera irracional al intentar ser racionales.

En un país como Alemania, con un pasado donde hacer raciones de comida era una cuestión de vida o muerte, es entendible que se genere una subconsciente preocupación por lo que puede pasar. La cercanía con Italia es evidente y el tránsito de personas de un lugar a otro es no solo más frecuente que en Sudamérica, sino también se hace a través de más medios de transporte. Para no ir muy lejos solo basta hacer referencia a la cantidad de personas que pasan el día en trenes, metros y tranvías. En Europa, el virus se ha propagado con rapidez y, como es sabido, algunas ciudades han tenido que cerrar colegios, las empresas han limitado, por no decir cancelado, la gran mayoría de los viajes de sus empleados y se han hecho llamados para evitar ciertos lugares públicos. Sin duda, el riesgo de enfermarse es latente y se busca la manera más adecuada de reaccionar.

Pese a todo, se ha logrado mantener una cierta calma parecida a la que siempre clamó con sabiduría el Chapulín. Lo que tengo claro es que no hay que dejar de llevar una vida normal en la medida de lo posible. No hay que dejar influenciarse demasiado por las noticias y mucho menos empezar a cargar con una paranoia sustentada en una serie de estadísticas que solo podría generar más confusión. Algunos se debaten en reducir lo que está pasando a un virus como la influenza “pero más fuerte”, otros son más prudentes y le dan algo de margen a la fuerza de lo desconocido.

De cualquier modo, lo que debería imperar es el sentido común teniendo en cuenta el contexto en el que uno se encuentre. Una cosa es cuidarse del virus en el norte de Italia o en Wuhan y otra en países donde hasta el momento no hay signos de contagio. Una es cuidarse del virus si uno trabaja en un hospital y otra si uno trabaja desde la casa. En el caso de Colombia, lo único que por el momento me genera preocupación sería que el virus llegara a todos los países del mundo menos al nuestro. No me imagino un virus con la conciencia suficiente para no meterse en un contexto donde el principal responsable de la muerte ha sido y sigue siendo la violencia.

@jfcarrillog

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