¿Qué nos pasa?

Aura Lucía Mera
22 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Cierro los ojos. Respiro hondo. Sé que cada pensamiento que aloje en mi mente me dispara una emoción y una ametralladora de flechas envenenadas de pensamientos se me clavan al mismo tiempo y paso en microsegundos de la ira a la tristeza sin fondo, de la impotencia a las ganas de mandar toda reflexión a la mierda, a dudar de todo, a blasfemar, a gritar incoherencias.

Ver las fotos de esos jóvenes que estaban empezando la vida, con el alma repleta de ilusiones, con la mirada limpia, con metas claras, deseos de aprender, vocación de servicio, romances incipientes... Leer que sus cuerpos quedaron destrozados. Que algunos jamás serán identificados. Que desaparecieron en un segundo como si se hubieran esfumado en el aire, víctimas inocentes de un acto demencial.

Y diabólico es algo que no acepto, que no puedo digerir, que no me cabe en la cabeza ni entra en alguna de mis más oscuras pesadillas.

Leer la explosión de noticias contradictorias; sentir náuseas al mirar las cuentas de Twitter envenenadas polarizando más, llenas de odio y acusando victimarios; contraer los músculos al comprobar mensajes falsos sobre un perro que no se sabe si ladró o siquiera existió; escuchar respuestas con evasivas a preguntas tan elementales sobre cómo una dinamita de uso privativo de las Fuerzas Armadas y la Policía se paseaba oronda en una camioneta vieja por todas las calles de Bogotá, si el chofer era un suicida islamista o simplemente se chocó y todo el cargamento explotó por un error, si fue un acto premeditado o algo fríamente calculado que se salió de madre y voló todo a su alrededor... Si fue una “cortina de humo” que se convirtió en un incendió trágico, si fue manipulación de extremistas de derecha o izquierda para continuar la guerra, ambos bandos dementes de mente asesina.

Tal vez algún día sabremos la verdad; a lo mejor jamás. Lo único cierto es que lo sucedido resulta imperdonable. Sea quien sea el que haya concebido semejante atrocidad, sobre todo cuando ya respirábamos aires de paz y confianza; cuando las salas de los hospitales militares ya estaban sin heridos, muertos ni amputados; cuando nuestra geografía espléndida se abría a que la recorriéramos en paz... Cuando víctimas de atrocidades pasadas se miraban de frente con sus victimarios y una mano se entregaba a la otra en señal de perdón… El nunca más.

¿Estamos locos? ¿Es este un país condenado a matarse? ¿A vivir de mentiras, corrupciones, falsos positivos, manipulaciones y sangre? Siento terror al abrir Facebook y ser testigo del odio que sale convertido en mensajes de personas que conozco o creí conocer. Lo cierro temblando. No me atrevo a compartir nada. ¡Terror!

Presidente Duque: o se amarra los machos y tiene el coraje de buscar la verdad, caiga el que caiga, o definitivamente nos llevó el diablo. Usted es el presidente. Ejerza: ¡NO MÁS SANGRE INOCENTE!

 

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