¿Qué rayos le pasó a Brasil?

Paul Krugman
18 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Creo que ahora ya puedo descansar un poco de la crisis política estadounidense para hablar de los acontecimientos en otros países. Así que, ¿qué rayos le pasó a Brasil?

En realidad no estoy hablando de las elecciones recientes, en las que los votantes de Brasil eligieron a alguien que parece ser un verdadero fascista. Me siento tan horrorizado como todos los demás. Sin embargo, no tengo ningún conocimiento de la política brasileña. Por otra parte, el trasfondo de esa elección fue la extraordinaria crisis económica de Brasil de 2015-16: una nación que había tenido una trayectoria ascendente, que parecía haberse sacudido el legado de la inestabilidad, sufrió una recesión terrible y está experimentando una recuperación muy lenta. La macroeconomía es una materia de la que se supone que conozco algo.

Entonces, ¿qué pasó? El debate internacional sobre la experiencia brasileña ha sido sorprendentemente limitado, aunque lo que sucedió fue muy serio y Brasil es una economía bastante grande (el PIB a valores de paridad de poder adquisitivo es unas diez veces más grande que el de Grecia). Tal vez estábamos todos demasiado distraídos por la crisis política en Occidente: Trump, Brexit, etcétera. En todo caso, he estado tratando de armar la historia de la crisis de Brasil, bastante consciente de que muy probablemente podría estar ignorando aspectos importantes.

Esto es lo que me parece que sucedió: Brasil parece haber recibido el embate de una tormenta perfecta de mala suerte y malas políticas, con tres aspectos principales. Primero, el entorno mundial se deterioró marcadamente, puesto que el desplome de los precios de las exportaciones de materias primas sigue siendo importante para la economía brasileña. Segundo, el gasto privado nacional también cayó, quizá debido a una acumulación excesiva de deuda. Tercero, las políticas, en lugar de combatir la depresión, la exacerbaron, con austeridad fiscal y endurecimiento monetario incluso mientras la economía se estaba yendo a pique.

Tal vez lo primero que hay que decir sobre la crisis brasileña es lo que no fue. Durante las últimas décadas aquellos que siguieron la macroeconomía internacional se han acostumbrado a las crisis de un “alto repentino” en las que de manera abrupta los inversionistas le dan la espalda a un país al que (como diría Otelo) han amado, no con cordura, sino demasiado bien. Eso fue lo que sucedió en la crisis mexicana de 1994-5, las crisis asiáticas de 1997-9, y, de manera importante, la crisis del sur de Europa después de 2009. También es lo que aparentemente estamos viendo en Turquía y Argentina en este momento.

Sabemos cómo es esta historia: el país en desgracia ve cómo su moneda se deprecia (o, en el caso de los países del euro, cómo se disparan sus tasas de interés). La depreciación de la moneda por lo general incentiva la economía, pues hace que sus productos sean más competitivos en los mercados mundiales. Sin embargo, los países donde se dan los altos repentinos tienen enormes deudas en moneda extranjera, así que la devaluación de la moneda hace pedazos el balance general, ocasionando una seria caída en la demanda doméstica. Los legisladores tienen pocas opciones buenas: aumentar las tasas de interés para apuntalar la moneda solo golpearía la demanda desde otra dirección.

No obstante, aunque podrían haber asumido que Brasil era un caso similar —su declive del nueve por ciento en el PIB real per cápita se compara al de las crisis de alto repentino del pasado—, resulta que no es así. Sucede que Brasil no tiene demasiada deuda en moneda extranjera y que los efectos de la moneda en los balances generales no parecen ser una parte importante de la historia. ¿Qué pasó en lugar de eso?

En primer lugar, el entorno económico mundial dio un giro importante que empeoró las cosas. Brasil, hasta cierto punto, se ha diversificado en las manufacturas, pero todavía depende fuertemente de las exportaciones de materias primas, cuyos precios han caído. Las condiciones comerciales de Brasil —el coeficiente de precios de exportaciones e importaciones— sufrieron un fuerte impacto.

Esto habría sido desagradable en cualquier caso; sin embargo, sucedió en combinación con una marcada caída en el gasto de consumo doméstico. Atif Mian y sus coautores nos dicen que esto estuvo vinculado con un aumento en la deuda familiar a lo largo de algunos años previos, que Brasil experimentó algo más parecido a la deflación de deuda de 2008 de los países avanzados que una crisis tradicional de los mercados emergentes.

Sin embargo, lo que realmente hundió a la economía de Brasil fue la forma en la que el país respondió a esos impactos: con una política fiscal y monetaria que empeoró mucho más las cosas.

Por el lado fiscal: Brasil tiene enormes problemas de solvencia a largo plazo, que requieren soluciones a largo plazo. Lo que ocurrió en cambio fue que el gobierno de Rousseff decidió imponer fuertes recortes al gasto en medio de una depresión. ¿Qué estaban pensando? Increíblemente, parece que aceptaron como válida la doctrina de la austeridad expansionaria.

Como si eso fuera poco, la política monetaria también se volvió marcadamente contraccionaria, con un aumento enorme en las tasas de interés. ¿De qué se trató eso?

Mi mejor interpretación es que el real se depreció principalmente debido al impacto en las condiciones comerciales, que ocasionó un aumento temporal en la inflación. El banco central entró en pánico, concentrándose en el problema de la inflación a costas de la economía real. Ahora que el aumento repentino inducido por la moneda acabó, la inflación es baja conforme a las normas históricas, pero el daño ya está hecho.

Es una historia extraordinaria y deprimente; además, esta combinación de mala suerte y malas políticas seguramente tuvo que ver con el desastre político subsecuente.

(c) The New York Times 2018.

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