Qué sería una reforma estructural en educación, inaplazable (I)

Daniel Mera Villamizar
14 de abril de 2018 - 08:10 a. m.

Adoptar la productividad y la equidad como compromiso de dos visiones de sociedad en disputa.

Sergio Fajardo ha propuesto un “Pacto nacional por la educación” a partir del 7 de agosto. Pero como la educación es un medio, necesitamos saber las finalidades a las que servirá, esto es, el proyecto de sociedad o de nación. 

Esa es una discusión más implícita que explícita en la campaña presidencial.  A  la pregunta de cómo se pagarán los derechos de las personas, una visión responde  que con muchos más contribuyentes pagando menores tasas de impuestos.  

La otra visión, que con los ricos tributando más, esencialmente. Un modelo se basa en expandir la economía privada formal con los emprendedores (Iván Duque) y el otro en la acción redistributiva del Estado (Gustavo Petro). 

Aunque la economía no define del todo a una sociedad, la elección presidencial implicará una clara dirección de proyecto de sociedad. La educación debería, entonces, moverse en el mismo sentido de un modo estructural, de largo plazo. 

Si ganara el populismo, no sería tan urgente una reforma educativa. Si gana la visión de desarrollo impulsado  por mercados, sí. Colombia está lejos de tener una economía  diversificada que no dependa de productos primarios, y es una sociedad muy desigual.

Así que el “Pacto por la educación” debería ser el “Pacto por los propósitos  de la educación”. Mi propuesta es que tenga dos: la productividad y la equidad. Estos dos propósitos implican, de entrada, un compromiso, un acuerdo entre las dos visiones de sociedad en disputa. 

Necesitamos la productividad como una mentalidad, una ética del trabajo, un espíritu de innovación y la creación de competencias, habilidades y capacidades para una transformación productiva cada vez con más tecnología. 

La educación tiene actualmente un compromiso tenue y desdibujado con la productividad, réplica del compromiso de la sociedad.

Necesitamos la equidad  tanto por razones morales como económicas: como comunidad nacional, nos hemos propuesto pasar de la igualdad ante la ley, gran conquista, a una igualdad material básica expresada en condiciones de vida dentro de un sistema proclive a la desigualdad. 

Igualar las oportunidades para que cada individuo desarrolle su capacidad de contribuir a su propio beneficio es promesa constitutiva de la nación y condición para el progreso económico y social colectivo.

La educación actualmente  no contribuye debidamente a la equidad tanto por cobertura como por calidad. 

En atención inicial (0 a 5 años) estamos en alrededor del 40% de cobertura; en grado de transición (o grado cero) en 55% y no tenemos preescolar integral (prejardín, jardín y transición). Estamos perdiendo  la etapa de vida más importante de la mitad de las nuevas generaciones de colombianos, ni se diga por regiones, estratos y grupos.

¿A qué velocidad nos vamos a permitir resolver este, uno de los principales retos de la reforma educativa? Y aquí se ve el necesario carácter holístico de la misma: la financiación y la calidad de la educación inicial y la educación superior están interrelacionadas, así no quieran verlo los universitarios. 

Luego, en primaria, secundaria y media hay que salir de la autocomplacencia de las tasas de cobertura bruta. La tasa de cobertura neta en educación media (grados 10 y 11) no está ni en 50%. Palidecemos en una comparación de la OCDE y de América Latina.  

Los niños y adolescentes fuera del sistema, los que tienen mayor edad para el respectivo grado, los repitentes y los desertores son el rostro en el que casi no nos fijamos de un sistema educativo mediocre, que no logra que sus estudiantes aprendan lo necesario para enfrentar con éxito la vida. 

Necesitamos conciencia de que nuestra educación ayuda poco a la productividad y a la equidad. De lo contrario, seguiremos diciéndonos que podemos ser “el país más educado de América Latina en 2025” sin ajustar los cimientos, la arquitectura y la ingeniería de la educación y sin claridad sobre “más educados para qué” (teníamos una buena respuesta en Visión Colombia 2019, pero la olvidamos).

Uno de los mejores expertos en educación, Darío Maldonado, me decía que los “cinco principios para un giro ideológico en políticas públicas” le parecían más disruptivos que reformistas, a saber:  

i) El proyecto de nación es parámetro articulador y ordenador; ii) Lo público no es solamente lo estatal y puede ser gestionado por la sociedad; iii) La participación cívica debe potenciar  la identidad de colombiano; iv) La corresponsabilidad es un deber en el cumplimiento de los derechos; y v) Gastar mejor antes de gastar más. 

Mi respuesta es que en este ejercicio teórico se trataría de i) una agenda (holística) de reformas, ii) secuencial, iii) gradual, iv) con pilotos experimentales, v) con cambios voluntarios, vi) con equidad intergeneracional, tramitada con diálogo, persuasión y negociación para pasar de lo que alguna vez Alberto Carrasquilla llamó “equilibrio malo” a un “equilibrio bueno” o por lo menos llevadero, en aras de un proyecto de sociedad más definido.  

Negociación es que a los intereses creados y a veces poco presentables se les compensa su sacrificio o moderación hasta donde sea posible. Funciona más eso que la imposición o los llamados al patriotismo. Continuará con contenidos más concretos de una reforma estructural. 

@DanielMeraV

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