¿Qué significa ser un verdadero profesor?

Dolly Montoya Castaño
01 de septiembre de 2018 - 07:15 a. m.

Por estos días, al salir de una reunión en la cual discutíamos las directrices que tendrá la transformación digital de la Universidad Nacional, pude ver pasar plácidamente al filósofo Rubén Sierra Mejía junto al auditorio León de Greiff, caminando de manera desprevenida con un grupo de estudiantes. Recordé por un instante que en la pasada Feria del Libro de Bogotá adquirí una obra de la Facultad de Ciencias Humanas editada por el profesor Mejía: La Hegemonía Conservadora, un libro que aborda algunos de los procesos políticos, sociales y culturales que marcaron nuestra vida republicana. A sus 81 años, el profesor Sierra sigue dialogando de manera fraterna con sus estudiantes. Y como él, son muchos los profesores que luego de alcanzar la edad de pensión continúan con su trabajo voluntario y generoso, convirtiéndose en figuras claves para las nuevas generaciones que se vienen a formar a nuestras aulas.

A mi mente llegaron algunos nombres de personas con las cuales coincidía durante años al culminar mis jornadas en el Instituto de Biotecnología (IBUN), entre ellos el profesor Hésper Pérez, quien aún hoy sigue orientando a los estudiantes y profesores sobre las teorías sociales clásicas y contemporáneas. También el profesor Fernando Urbina, que con su sabio conocimiento de la Amazonia nos hizo ver otros mundos y miradas diferentes a la occidental. Con cuánta pasión Urbina continúa hablándoles a los estudiantes sobre los mitos del sur del país. Y no podría dejar de mencionar a mi maestra y amiga Afife Mrad de Osorio, graduada como química farmacéutica en 1963 y hoy directora del Centro de Pensamiento en Ética de la Investigación con Modelos Animales.

A los nombres de los profesores Rubén, Hésper, Fernando y Afife podría seguirlos una larga lista de los de otros connotados profesores que siempre están dispuestos a responder el llamado de sus estudiantes, a pesar de ya no tener formalmente una carga académica. Esto se debe, por supuesto, a que la labor docente no se circunscribe únicamente a un espacio físico como el salón de clases, y todos los conocimientos, experiencias de vida y saberes no caben en tres o cuatro hojas del programa de una clase.

Estoy convencida que la carrera de estos docentes comenzó cuando cursaban sus pregrados y se fue construyendo peldaño a peldaño. A los profesores de la Universidad Nacional, como los de muchas otras, nadie les regala nada; ellos se lo ganan con esfuerzo y dedicación. Nadie puede señalar que la vida de un académico es fácil o un paseo por el Caribe, sino un esfuerzo por el saber. Muchos de los docentes que hoy son respetadas autoridades en sus campos, incluso con estancias posdoctorales en las mejores universidades del mundo ya concluidas y una larga trayectoria académica, nunca paran de estudiar. Son la prueba fehaciente de que un profesor nunca deja de ser un estudiante.

La carrera docente en la Universidad Nacional es una larga escalinata de esfuerzos y méritos. Un primer filtro para llegar a ella es el concurso docente, cada vez más riguroso y diseñado para responder a las necesidades educativas en la era global, con el objetivo de que nuestra institución cuente con los mejores profesores. Pero esto apenas es el primer paso. Al ingresar a nuestra alma mater nuestros académicos deben emprender un arduo camino, como estipula el actual estatuto docente, por las categorías de profesor auxiliar, asistente y asociado, hasta llegar a titular. Diseñar e impartir cursos y seminarios, crear escuela, formar ciudadanos, dirigir en sus investigaciones de tesis a decenas de estudiantes, publicar, investigar, instruirse, realizar ponencias nacionales e internacionales, publicar en revistas evaluadas por pares académicos y, en el entretanto, luchar por sus proyectos: abrir una maestría, una especialización, una línea de investigación, una nueva carrera, una colección editorial, una revista o un nuevo instituto, son arduas tareas en las que nos hemos embarcado muchos, a las que se suma, por ejemplo, buscar el presupuesto para ello, los puntos para los docentes y hasta los espacios en los cuales se impartirán las nuevas clases y contenidos. Y a esto se añade, por ejemplo, responder con ética, rectitud y responsabilidad al llamado para ocupar cargos académico-administrativos.

Todo esto ha sido sorteado exitosamente por muchos docentes impulsados por su interés de contribuir a la construcción de Nación y de formar personas que puedan ayudar al desarrollo regional y local. Invito a todos los académicos del país para que sigamos defendiendo la formación de profesionales íntegros, ciudadanos que se respetan a sí mismos y a los demás, conscientes del papel de la ciencia, la innovación, las artes y la educación en la transformación de nuestra sociedad colombiana.

* Rectora, Universidad Nacional de Colombia.

@DollyMontoyaUN

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