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“Que tenga un buen Camino”

Enrique Aparicio
17 de mayo de 2015 - 02:00 a. m.

Me fui desvistiendo poco a poco. Cuando me quité los zapatos vi que el dedo gordo del pie izquierdo estaba lleno de sangre.

Con voz quejumbrosa le expliqué a mi compañera:

- Creo que me estoy desangrando.
- Bueno Aparicio, pero por favor no vayas a manchar la alfombra – acto seguido se quedó dormida.

En forma obediente comencé a dar brinquitos en “patadegallo” hasta llegar al baño donde había baldosín.

Acabábamos de terminar más de los 100 kilómetros mínimos para conseguir la certificación -La Compostela- de que éramos parte de los peregrinos del Camino de Santiago.

Una experiencia extrasensorial. Salimos de Triacastela, un pequeño pueblo en Galicia, y a partir de los próximos días la vida sería algo diferente. Caminaríamos alrededor de 30 kilómetros diarios por montañas, valles y arroyos con nuestro bordón –un bastón de madera de este mismo nombre que usan los peregrinos para ayudarse en el Camino.

El cielo con un azul cristalino, nos empujaba a avanzar a la siguiente población. Generalmente llegábamos hacia las cuatro de la tarde al pueblo previsto, totalmente rendidos, hambrientos y yo con una sed de cerveza helada. En uno de los pequeños hoteles donde dormimos, mientras mi compañera se daba una ducha para ablandar todos los músculos, yo acababa con la existencia de cerveza Heineken del bar del hotel.

¿Por qué el Camino es tan especial? La razón es sencilla: quien se atreve a hacerlo se une sin quererlo a una gran cantidad de gente que busca un compromiso con su propia existencia. El Camino que parece algo de este planeta, es también un andar por las colinas y valles de nuestro interior.

Y ahí empieza la parte más curiosa: Conocimos a una mujer de 85 años, francesa, que llevaba 800 kilómetros de recorrido en bici. Françoise -ver YouTube- nos dedicó tiempo para hablar y comentar sobre su experiencia. Algo espectacular. En lo terrenal, su nieta desde Francia, con los nervios de punta, la seguía vía el teléfono día a día. Pero Françoise era tranquila, amable, despedía la quietud de los que han comprendido la vida. Disfrutaba cada minuto. Se le notaba en los ojos el final de la incertidumbre, esa sensación que la mayoría de los seres humanos cargamos como una maleta que nos acompaña a todas partes.
Nos encontramos una pareja de alemanes muy simpática. Parecía que se conocían toda la vida. La verdad: por coincidencia se conocieron en alguna parte del camino y como algo natural decidieron "unirse" mientras duraba la experiencia. Se veían felices, tranquilos, llenos de comunicación.

Cuando uno tiene el cuadro institucional y fijo de que la edad es una inevitable agenda donde ya no se puede hacer esto y lo otro, se sorprende cuando en el Camino ve gente que parece con una pata en el cementerio caminando 20 a 30 kilómetros diarios. Desvirtúa "verdades incontrovertibles”. Te libera de aquello "tan importante” como la tarjeta de crédito, las relaciones sociales, el mundo prefabricado para cada cual.

Caminar a pleno sol está muy bien, pero el cuerpo necesita que lo alimenten. El pulpo a la gallega, especialmente el pulpo, no es un plato al que le tenga mayor inclinación, pero este molusco está lleno de calorías, energía y que sé yo. Llegamos a una pulpería en Melide -ver YouTube- y realmente fue algo espectacular tanto por lo grandote del pulpo como por el ambiente del sitio, algo único.

El Camino de Santiago, en una mini descripción para quienes son legos en la materia y no tienen por qué saber del tema, tiene numerosas ramificaciones que comienzan en diferentes partes de Europa, unas hasta de 800 kilómetros de largo. Las historias son infinitas. El Camino es para todo el mundo, jóvenes o viejos. No hay necesidad de alguna religión. Es experimentar cómo invade la mente de tranquilidad.

En Santiago de Compostela se obtiene el certificado que se emite en la Catedral donde es necesario demostrar que efectivamente hemos recorrido la distancia adecuada. En los diferentes pueblos hay sitios para sellar la constancia que por ahí hemos pasado. Y si algún día lo recorre, oirá una frase que se repetirá a cada rato: “buen Camino”.

Los peregrinos terminan su andar en el Cabo Finisterre. Antiguamente, antes del descubrimiento de América, se pensaba que el mundo terminaba allí. El origen de esta creencia comenzó según parece en la época romana cuando uno de sus generales observó ahí como el sol se hundía en el mar. Se trata de una leyenda, vaya uno a saber. En nuestro caso, fue la culminación de algo y el comienzo de algo.

Le deseo un domingo amable y un buen Camino.

Confieso que me deleité haciendo el YouTube. Retomé momentos de gran intensidad.

https://youtu.be/3wOFFKmhC2M


Enrique Aparicio Smith – mayo 2015.
 

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