¿Qué tienen en común Colombia y Siria?

Juan Manuel Ospina
13 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Colombia y el Medio Oriente tienen más de una cosa en común. En ambas se ha pretendido borrar las diferencias propias de sociedades complejas, no homogéneas, atravesadas por todo tipo de condiciones sociales, culturales y económicas diversas. Y en ambas desde el poder, no solo el político, se ha buscado homogenizar lo que por su naturaleza es heterogéneo; eliminar, aun físicamente, lo que es diferente. Con esto se busca conservar el poder aunque sea a sangre y fuego, y para lograrlo debe desvalorizarse al otro, lo diferente y forastero que amenaza mis intereses, mi identidad, mi espacio de vida…

El otro —el diferente, el forastero—, aunque sea ciudadano del mismo país y en cuanto tal, formalmente igual, es percibido y señalado como la amenaza, el enemigo a eliminar o al menos a neutralizar. En Colombia históricamente ha sido imposible integrar geográfica, social y económicamente a territorios y poblaciones rurales. El Estado es débil e impotente (¿o negligente?) para representar y defender los derechos del conjunto de sus ciudadanos, capturado por los intereses de sectores en buena medida urbanos, aferrados a sus privilegios y sumidos en su egoísmo y miedo, incapaces de comprender que el futuro se construye como un gran propósito del conjunto de la Nación. Hoy como sociedad en medio de tensiones, insultos, ilegitimación de las instituciones y de la política, y de una desconfianza apabullante, nos debatimos entre dar el paso adelante o caer víctimas de las luchas intestinas y de los pequeños pero poderosos intereses creados.

Pienso lo anterior mientras trato de entender el mortífero entrevero medio oriental que día a día se desarrolla con una intensidad creciente. El gran responsable no es un fundamentalismo islámico predicador de violencia  que recuerda a  las cruzadas cristianas contra los moros en el Medioevo. El responsable, no nos engañemos, es la soberbia o ingenuidad, para el efecto es indiferente, del Occidente cristiano con su pretensión, revestida de buenas intenciones, de ser el depositario de la “verdad revelada” que debe difundir por las buenas o por las malas entre “los infieles”, para salvarlos de su desgracia presente. Una catequesis que como todas en la Historia se realiza a “sangre y fuego”. 

Se trata de un cambio cultural, político y económico impuesto al mundo árabe desde afuera por quienes después de la Primera Guerra Mundial se repartieron a su amaño y desde un escritorio territorios y pueblos estratégicamente localizados en el corazón del tráfago mundial y con el petróleo en el horizonte. Eran territorios plenos de historia y de cultura, cuna de ese Occidente que ahora los atropella en su vano empeño de modelarlos a su imagen y semejanza al demoler organizaciones políticas, culturas y religiones que constituyen la identidad y el alma de esos pueblos con sus tribus y linajes, sus jefes y su autoridad patriarcal;  su sentido de la distribución de la riqueza y del ejercicio del poder fundamentados en la religión. Son realidades que pueden escandalizar a nuestra mirada occidental, al igual que la decadencia moral de Occidente escandaliza a muchos musulmanes.

Occidente con los Estados Unidos a la cabeza, con sus intervenciones  que desconocen o subestiman esas realidades profundas, interfirió un proceso de transformación modernizadora y laica surgido del interior de las sociedades árabes, a partir de un nacionalismo autoritario de alma musulmana sustentado en las fuerzas armadas, iniciado por Atatürk en Turquía en los 20; seguido 40 años después por Nasser en Egipto y en los 70 por Háfez al-Ásad en Siria y Gadafi en Libia. Rusia, a diferencia de Estados Unidos, más después de su fracaso militar en Afganistán, entendió el proceso y lo aprovechó. La ceguera de Occidente le abrió entonces las puertas de la región al fundamentalismo árabe con Al Qaeda y luego ISIS.

Otra realidad que como la colombiana se debate entre dar pasos de rectificación realista de los errores del pasado o continuar hundiéndose en el cenegal del odio, la violencia y  fundamentalismos criminales incapaces de respetar las diferencias.

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