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¿Qué vino llevar a una comida?

Hugo Sabogal
15 de enero de 2012 - 01:00 a. m.

La escogencia de una botella para ofrecer como regalo a un anfitrión debe pensarse.

Sí, ya sé. Muchos de ustedes deben estar pensando —no sin razón— que esta nota debiera haber circulado hace dos o tres semanas, cuando, por un lado, todos estábamos pensando en los regalos de temporada o en aquella botella para llevar al almuerzo de la tía o a la cena del amigo. Pero como ambas situaciones no se limitan a la Navidad, sino que se presentan con cierta frecuencia, les pasaré algunas ideas para tener en cuenta.

Quizás la recomendación más importante es que, en lo posible, el regalo debe reflejar, de alguna forma, el gusto o preferencias del destinatario. Y si se lleva como aporte a alguna celebración, asegúrese de que encaje con el espíritu o propósito general de la reunión.

Por ningún motivo lleve un espumante, blanco o rosado, a baja temperatura. El mensaje es inequívoco: o no se tomó la molestia de sorprender al anfitrión —sino que echó mano de la primera botella que encontró en el refrigerador— o, simplemente, está sugiriendo que la abran al momento de su llegada.

El vino siempre constituye un buen presente porque, ante todo, es fácil de transportar, transmite alegría y, dependiendo de su lugar de compra, ofrece un amplio repertorio de posibilidades. Muchos pueden creer que, precisamente por esta peculiaridad, la búsqueda corre el riesgo de hacerse larga y aburrida, o, peor aún, generar una innecesaria carga de ansiedad. Pero no se preocupe.

Supongamos que usted no es un experto. En tal caso, diríjase a una tienda especializada y solicite ayuda. Por lo general, estos lugares cuentan con sommeliers o vendedores profesionales, precisamente para que los clientes salgan satisfechos. Los únicos parámetros que debe entregarles es un rango de precio, el propósito del regalo y un par de datos sobre el estilo o gustos del dueño de casa. Con estos datos a la mano, el dependiente seguramente le ayudará a encontrar la elección más acertada.

Si su presupuesto es limitado, quizá deba descartar los vinos europeos. Esto se debe a que, en la mayoría de los casos, estos productos pagan altos aranceles de importación y su precio al consumidor final termina siendo elevado.

En cambio, la oferta de países del Nuevo Mundo, como Chile o Argentina, se ajusta a la mayoría de los bolsillos, incluyendo algunas de sus marcas más reconocidas. Aunque algunos vinos de estas dos procedencias son costosos, los demás brindan una buena relación calidad-precio y nunca defraudan. Igualmente, puede preguntar por novedades de otras zonas de origen, como California, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica o Uruguay.

Es sabido que el mercado es pródigo en materia de vinos tintos y, por ello, es muy común encontrar una generosa cantidad de Cabernet Sauvignon y Merlot. Trate, entonces, de sorprender con otras cepas como Syrah, Malbec, Carménère, Bonarda, Tempranillo, Garnacha o un vino de mezcla. En el caso de los blancos, elija uvas diferentes como Semillón, Riesling, Pinot Grigio, Torrontés, Gewürztraminer, Chenin Blanc, Verdejo o Viognier para romper el molde del Chardonnay o del Sauvignon Blanc.

Si el calibre del anfitrión así lo exige, el Viejo Mundo a nadie defrauda. Pero aquí se requiere de mayor conocimiento, tanto de parte suya como de quien le asesore. A diferencia de los vinos del Nuevo Mundo, que se conocen por la variedad de uva —y, quizás, por el nombre de su productor—, los del Viejo Mundo se escogen en función de su punto de origen: Burdeos, Borgoña, Alsacia, Rioja, Ribera del Duero, Priorato, Duero, Toscana, Veneto y una infinidad de otras denominaciones de origen.

Cada lugar es distinto desde el punto de vista del clima y del suelo, amén de las variedades autóctonas utilizadas para su elaboración. Si tiene que dar pistas para reducir el tiempo de selección, opte por Burdeos, Rioja o Toscana, y por un nivel de precio medio o medio alto. Así, nunca se equivocará. Ahora: si el problema no es de plata, váyase por lo mejor del mercado y esté dispuesto a pagar precios por encima del millón de pesos.

Por otro lado, siempre tenga en cuenta que un champán, cava o espumoso sugieren regocijo y celebración y, por esta razón, siempre deleitan. Eso sí, cuídese de los productos de bajo precio, porque están dirigidos a nichos populares. Son de baja complejidad y, en consecuencia, no generan una buena impresión.

Tampoco descarte la posibilidad de llevar un vino de cosecha tardía. Es cierto que se trata de una bebida para el postre, pero, por lo mismo, muestra su nivel de originalidad, porque, por lo general, nadie piensa en ellos. Y ojo: no son vinos excesivamente baratos.

Otro parámetro interesante es optar por vinos informales o inesperados. En el primer caso, considere un Prosseco italiano que, sin ser un espumoso, tiene un porcentaje suficiente de gas carbónico para hacerlo llamativo. En el segundo caso, lleve un vino orgánico, biodinámico, austríaco o alemán, porque así estará saliéndose de lo común. Y eso no está mal.

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