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¡Que viva Pasto, carajo!

Columnista invitado EE
04 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

¡Que viva Pasto, carajo! Así se grita durante los días del Carnaval de Negros y Blancos en Nariño a comienzos de enero.

Así grité yo cuando tuve a bien viajar hasta esa ciudad para unirme a una experiencia que puedo calificar de surreal —más allá de los muchos aguardientes Nariño que alcancé a beberme—, porque juro que nunca antes había estado en un lugar tan lleno de arte, de cultura, de música, de color y de fiesta. 

Pasto, ciudad fría; imaginario colectivo —y prevenido— de una ciudad que en nada es fría, ni en su gente, ni en sus fiestas, ni en su humor. Jamás imaginé llegar a Pasto, lo confieso. No es el destino turístico predilecto de los colombianos —a pesar de que este año recibieron cerca de un millón de visitantes durante la temporada—, pero tendrá que serlo y seguirá siéndolo mientras conserven el carnaval, declarado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. A Pasto se va a jugar. Juego es quizá la palabra más importante porque define todo lo que sucede durante esos tres días: disfraces, carrozas enormes y coloridas elaboradas con meses de anticipación por artesanos locales —a quienes buscan por su arte durante el resto del año en diferentes rincones del país y del mundo—, músicos de todas las edades que tocan sus instrumentos desde que tienen uso de razón, magia, dulces, baile y alegría. Calles para jugar con desconocidos, sin juzgar, sin prevenciones de ningún tipo, como cuando éramos niños. Toda la ciudad en una misma disposición que invita a un interesante ejercicio de tolerancia e igualdad, de risa y de absurdo enmarcado por montañas enormes y muy verdes, magistrales, imponentes; a los pies de un Galeras —a pesar de que no se dejó ver la cabeza— que celebra a la par. Eso ya es excepcional.

Quiero empezar a conocer este país. Quiero ir más allá de los lugares que nos sabemos de memoria. Hay tantos y tan increíbles que me duele saber tan poco. Quiero sorprenderme de la misma manera que con Nariño. Sus paisajes me dejaron sin respiración y se instalaron de manera rápida en mi corazón. Siempre lo recordaré como alegre, donde no importa si te pintan la cara o te ponen harina en la cabeza; ahí es posible el respeto; ahí todo es juego. Sí, juego... eso que a los adultos se nos olvidó hace tiempo.

 

 

*Carolina Cuervo Navia

 

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