Quemar las naves

Arturo Charria
16 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

En medio de un largo camino la tentación del retorno siempre llega. Eso entendieron Alejandro Magno y Hernán Cortés, a quienes se les atribuye la expresión “quemar las naves”.

Dicen que los dos estrategas se encontraban en desventaja táctica y que la derrota era previsible. A la inferioridad de tropas debían sumar una desventaja más grande: la imagen de las embarcaciones a la vista de sus hombres, las cuales representaban la posibilidad del regreso. Para los dos comandantes esto debilitaba la voluntad de sus legiones y por eso ordenaron “quemar las naves”.

Más allá de la idea militar que precede esta célebre expresión, la metáfora es cautivadora por la forma en que asumimos las nuevas experiencias de la vida. En lugar de avanzar dubitativos mirando hacia atrás, lo hacemos con la convicción de que hay que llegar al otro lado del camino, para poder volver.

“Quemar las naves” no es una explosión del pasado, sino una conciencia absoluta del presente y sus contingencias. Es asumir de manera radical el aquí y el ahora, para que la historia no se limite a ser una vaga acumulación de hechos, sino la persistencia diaria con que habitamos la vida. “Quemar las naves” para que las cenizas lleguen al puerto que hemos dejado atrás, mientras seguimos adelante. Y, como si se tratara de un verso de Constantino Cavafis, pedir que ese camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias.

Jorge Semprún, sobreviviente de los campos de exterminio nazi, escribió un relato autobiográfico sobre sus años de cautiverio titulado La escritura o la vida. Allí planteó lo importante que fue para él inventar un relato de futuro. Para el escritor y político español, la nostalgia podía convertirse en un lastre que le impedía pensar que afuera seguía la vida; por eso se reinventó a través del lenguaje. Las únicas amarras que tuvo con su pasado fueron los versos que repetía de memoria y en los que disfrutó, con plenitud, una soledad que parecía imposible en medio del hacinamiento que padecía en ese campo de horror.

Semprún pone en evidencia la necesidad que tenemos de las palabras, incluso demuestra que estamos constituidas por ellas. Y que la importancia de tener un relato propio no solo nos permite ocupar un lugar en el mundo, sino que lo hace posible. Entonces, “quemar las naves” también es una oportunidad de reinventar nuestra historia y definir el lugar que ocupamos en el mundo; es trazar con palabras nuestro propio horizonte narrativo. Basta con recordar que poesía en griego significa creación y que las palabras anticipan la luz.

Por eso “quemar las naves” es iluminar el presente. Quizá por eso la metáfora está constituida por la atracción que produce el fuego. No importa si fue Alejandro Magno, Hernán Cortes o si el origen de la expresión está en el libro quinto de La eneida, lo que importa es su sentido. “Quemar las naves”, como escribió el poeta Homero Aridjis: para que sobre lo quemado, caminemos sin miedo, en el aquí y ahora.

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