Allí, miembros de la Guardia sustraen un “lote de armas de guerra”, secuestran a cuatro militares y se declaran “en rebelión militar en apoyo a @jguaido Presidente”.
Acá una bomba estalla y con ella nuestras esperanzas de paz. Como el destino en una tragedia, o mejor, una crónica de guerra anunciada. Comienza presentando al villano (el terrorista, el usurpador). Por su vicio, corrupción o falencia trágica, él es el más temido, el jefe incontestado. Comete todo el mal que puede, y como sucede con los narcos de las películas, llegamos a simpatizar con él y de manera vicaria acompañamos sus maldades y fechorías.
Entonces viene el momento de la catarsis, la corrección de nuestras acciones y la pacificación de los espíritus. Se trata de exaltar las pasiones tristes, provocar miedo y terror para así purgar la mente y el alma de dichos vicios. “En medicina”, dice MIlton, “ciertas sustancias de cualidad melancólica se usan contra la melancolía, lo agrio contra lo agrio, y la sal para remover un humor salado”.
Como en la homeopatía, el tratamiento consiste en “causar inquietud para curar la inquietud, y aliviar las inquietudes del alma mediante una música inquieta o salvaje”. Hipócrates, el médico, nos recuerda que catarsis significa remover el elemento patológico, inquietante y perturbador del organismo, purificando lo que queda, libre al fin de la corrupción que lo amenaza.
El dramaturgo Augusto Boal, a quien he venido parafraseando, concluye que lo mismo cabe decir de la tragedia anunciada y sus usos políticos: en la medida en que la acción trágica progresa, “cuando el tumulto del alma que ha sido excitado al comienzo” sale a las calles a marchar entre cánticos exaltados que demandan extirpar al villano “al fin se aplaca, se verá que las emociones más bajas se han transformado en las más altas y refinadas”.
Es decir, en conformidad con lo que existe y respeto a la autoridad que los poderosos proclaman para sí mismos. En el comienzo, el teatro eran el coro, la masa y el pueblo, quienes mediante sus versos y danza buscaban liberar a las autoridades de sus funciones y liberarse ellos mismos de las autoridades. Entonces apareció el héroe trágico cuya autoridad es ejemplar y se distancia del pueblo, al que intenta persuadir por todos los medios para que se comporte de manera ejemplar y conforme.
El héroe opuesto al villano es un invento del estado cuando éste comienza a utilizar el teatro para corregir a su pueblo. “No hay que olvidar que el estado, de manera directa, a través de ricos patronos o por otros medios, pagaba por las producciones teatrales” o las provocaba, dice Boal. También el teatro de la guerra. Negociar la paz es menos fácil. Implica asumir el punto de vista del villano y no del héroe. Ver la escena y a nosotros mismos no como o el bueno de la película o la víctima de un sino fatal.