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¿Quién le teme a la castración?

Oscar Guardiola-Rivera
01 de julio de 2020 - 05:02 a. m.

De Andrew a Harvey, de Álvaro a Donald, de Harvey a Ciro. Alegatos de criminalidad sexual son la orden del día en los ámbitos nacional e internacional. Como si una cierta corrupción se hubiese instalado en el corazón de las sociedades en progreso. En particular de sus élites masculinas. ¿Cuál es el significado de esta corrupción instalada en el corazón del progreso como un síntoma? Relacionar síntoma y corrupción permite iluminar la oposición real entre las fuerzas de la reacción y las del progreso.

Y aquello que funciona mal en el progreso. El “progreso” parece dar margen a tal corrupción. ¿Basta pensar la polarización causada por la desigual distribución de la riqueza para reorientar el progreso? El síntoma pone en cuestión algo que también afecta al menos una de las formas en las que se ha construido el socialismo como alternativa: la tendencia a concebir el “progreso” como si fuese un todo lineal y consistente.

El síntoma funciona siempre en contra de esta tendencia a idealizar la historia. Así, hablar de criminalidad sexual indica algo constitutivo del escándalo moral en sus variadas formas. Algo ahistórico. Como eso que los psicoanalistas llaman el Complejo de Edipo y el miedo a la castración. Tales miedos se manifiestan, por ejemplo, entre quienes piensan que las “ideologías de genero” y el feminismo tienen un efecto paralizante en la sociedad y la masculinidad. Al hacerlo, promueven como “solución” al escándalo moral reintroducir el Complejo de Edipo como ley. Es lo que hacen nuestros político-títeres cuando consagran al país en pandemia o conflicto a esta o aquella Virgen. Introducen lo femenino como policía de fronteras entre lo público y lo doméstico.

La efectividad de esta solución que suele regresar con los fascismos es limitada. Al contar con la ley, terminamos forjando una pseudo-castración que alimenta mal entendidos acerca de la diferencia sexual. Reduce lo femenino al aspecto negativo de lo masculino. Lo que han hecho Las Volcánicas, nombre además apropiado, es de crucial importancia. Temo, sin embargo, que al arriesgar ser constituidas en fiscal, juez y jurado en el país de las leyes donde las leyes no funcionan, cierto uso de los testimonios termine legalizando el complejo.

El discurso capitalista que virtualiza todo en mercancía, empuja tanto a psicóticos y neuróticos a buscar la acumulación de cuerpos femeninos mediante el poder. Ello presupone concebir a las mujeres como bienes en circulación, excluyendo la posibilidad de que sean los hombres quienes salen del círculo para unirse al grupo de sus hijas y esposas. Cuando se considera las mujeres como sujeto y no como bien, dicha estructura social exoándrica adquiere preferencia sobre otras que continúan “circulando” a las mujeres. Como las Amazonas de leyenda y Las Précieuses del siglo 17, Las Volcánicas buscan crear una “habitación suya”. En ella, a los caballeros se les enseña cómo hablar en vez de violar y matar. Son un perfecto ejemplo del poder civilizador de las mujeres.

 

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