¿Quién putas es Philip K. Dick?

Cristo García Tapia
01 de junio de 2017 - 02:30 a. m.

Del tipo nunca he oído, visto ni leído nada. Ni siquiera un aviso que diga: SE BUSCA.

Por tanto, este tal Philip K. Dick se me antoja otra de las tantas ficciones que andan sueltas de madrina por el mundo. Valga decir, uno más de aquellos espíritus que tiran piedras, pierden las tijeras, rompen las vajillas y silban como murciélagos blancos en el más luminoso mediodía.

Aunque tiene nombre de agente secreto americano, no me lo alcanzo a imaginar derribando puertas a patadas en los condominios de New Haven, y mostrando su escarapela de detective para justificar las patanerías y bellaquerías propias del proceder habitual de los de esa camada.

Después de todo, uno nunca sabe. A lo mejor es de aquellos tipos que aparentan no ser nada, que sabe ocultarse, para poder cometer sus fechorías con toda libertad y en nombre de la ley, el orden y la imaginación.

Igual puede suceder, que este Philip K. Dick no sea el tipo que yo creo que sea y él aparenta ser. Todo es cuestión de pareceres; de sospechas infundadas; de dudosas y metódicas interpretaciones de las fisonomías y los nombres.

Ahora, el nombre de este tipo tiene también cierta consonancia de sonido con el de algunos ángeles que aún no aparecen detallados del todo en el angelicario actualizado para el tercer milenio. Y eso, desde luego, contribuye a crear confusión y duda.

Por si así fuere, no es que el suyo tenga mucho de divino o cosa que se le parezca. Más aún, si a los nombres se les asociara con algún olor, el suyo olería a azufre; a puro diablo. Sí, a eso olería el nombre indescifrable de Philip K. Dick.

Frente a la duda, no me voy a abstener, tengo que tomar partido. Detallar más a fondo los rasgos de su fisonomía, hurgar entre los archivos policiales, las historias clínicas de los sanatorios mentales o en las bibliografías de ciencia ficción, para descubrir un poco más acerca de este fantasma.

Conseguir un erudito me puede resultar de provecho para que me guíe hasta la covacha donde encontrar a este misterioso personaje. O, cuando menos, me diga si conoce a alguien de su familia; a algún pariente que no se llame Iscariote y acabe vendiéndolo por treinta, cuarenta, o menos gramos de clorhidrato de cocaína, pues uno nunca sabe la clase de parientes que tiene.

En últimas, de lo que se trata es de identificar el fantasma con pelos y señales; de descubrirlo en la integridad de su nombre; de su apariencia o realidad.

Aunque viéndolo bien, uno no debería desvelarse por un tipo que ni siquiera sabemos si es. O si, como todo apunta, apenas se insinúa como ficción. Alguien que intuimos a la velocidad de la luz y se esfuma del consciente  y del para siempre; que se dejó sacar de la memoria y ahora vaga en los agujeros negros del olvido sin emitir ningún destello.

Bueno, ¿y si Philip K. Dick viviera en un castillo de clima caliente y saliera día por medio, a la una de la tarde, a pasear las calles somnolientas de una ciudad del Caribe envuelto en una gabardina negra? ¿Qué pasaría con Philip K. Dick?

Nada. No pasaría nada; simplemente no era él. Era alguien que usurpaba su gabardina negra, su identidad y las coordenadas de su territorio cuántico.

Además, el nombre de Philip no es de estos climas; no tiene parecido alguno con el paisaje. Ni siquiera en el modo de bostezar y de silbar a las muchachas podría decirse que ese tipo tenga algo que ver con nosotros.

Si alguna vez llegare a existir, será en otra parte; en lo más recóndito de las ciudades-abismo.

En los mismísimos límites de los infiernos, el lodo y la mierda. Un poco más, un poco menos, pero muy cerca de esas precisas e inobjetables coordenadas.

En la nada misma. En ningún otro sitio habitable se me ocurre encontrar a Philip K. Dick.

Si es que existe.

* Poeta.

@CristoGarciaTap

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