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¿A quién sirve el voto en blanco?

Juan Gabriel Vásquez
07 de marzo de 2014 - 02:32 a. m.

No logro explicarme por qué genera tanto entusiasmo el voto en blanco.

Gente inteligente dice que votará en blanco; también lo dice gente que me parece honesta. Y yo no logro explicármelo.

El voto en blanco no mira más allá de las elecciones: quien vota en blanco considera que ganará una victoria política si los votos en blanco obtienen un determinado porcentaje, pero no se para a pensar en una simpleza: que el voto en blanco no puede salir elegido.

En otras palabras, alguien saldrá elegido siempre: alguien ocupará esas posiciones de poder que uno desearía ver ocupadas por la gente adecuada. Votar en blanco es liberar esas posiciones para que las ocupen los indeseables; es, simplemente, ponerlas en manos de quienes nunca votan en blanco. ¿Y quiénes son éstos? Los indeseables. No votan en blanco los que tienen su voto amarrado, los que lo venden o lo arriendan, los que votan intimidados por cualquiera de las mil violencias de este país desmadrado, los clientelistas por pasiva, los que consiguen votos a cambio de favores políticos ilegales (como los grupos cristianos que reclutan fieles a cambio de legislaciones misóginas u homófobas). Los actores beneficiarios de las maquinarias electorales colombianas: ellos son los que nunca dejan de votar, los que nunca dejarán de poner a su gente en el Congreso. Permitir que eso suceda, ¿es de verdad sentar una voz de protesta, forzar la reforma del sistema o cualquiera de esas grandilocuencias? No lo creo.

El voto en blanco es también (a veces es solamente) un acto de pereza política. Nos gusta llenarnos la boca hablando contra abstracciones: “la política”, “los políticos”, “el Congreso”. Otros hablarán de “la oligarquía”, sin caer en la cuenta, o fingiendo no caer en la cuenta, de que la corrupción y la venalidad y la pequeñez moral son de lo más democrático que hay. Sea como sea, yo creo que la lista de candidatos del domingo incluye a cierta gente valiosa. Es verdad: hay que buscarlos. Esto no es fácil en nuestra cultura del eslogan, de la frase vacía pero sonora, del efectismo barato. (“Mano firme, corazón grande” es una tontería dirigida a preescolares. Pero vaya uno y pregunte qué quiere realmente hacer el uribismo en el Congreso). Esto no es fácil, tampoco, en una política de partidos que no quieren decir nada y no responden a nada: ¿cuántos liberales hay en el Partido Liberal que sean dignos de ese nombre? Uno de los pocos liberales genuinos del país es Rodolfo Arango, que está en la lista del Polo: a pocos pasos de ortodoxos que tienen tanto respeto por la libertad como el Centro Democrático. Navarro Wolff, un tipo tan sensato que escogió no ser candidato a la Presidencia (supo que en los próximos cuatro años se harán cosas más importantes como senador que como presidente), comparte partido con algunos de los chaqueteros y oportunistas más notorios del paisaje.

Así que repito: no es verdad que no haya gente valiosa. Son pocos, pero existen; y como son pocos, y como los más valiosos cuentan siempre con menos maquinarias porque están dispuestos a hacer menos favores, suelen hundirse en la hojarasca del escándalo comprado, de los fanatismos de tonos chillones. Pero uno los puede poner en sitios donde logren hacer cosas. Y no será votando en blanco: así sólo pondremos a los otros.

 

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