La peor crisis económica de la historia de Colombia no es el mejor momento para hacer el experimento macroeconómico de incrementar en 14 % el salario mínimo, como proponen los sindicatos. Tampoco lo es para reducirlo en 20 %, como pueden sugerir quienes creen que la estrategia de reactivación del empleo depende siempre de poder deprimir los salarios.
En términos simples de bajar o subir, ambas propuestas pueden tener alguna lógica, incluso pueden contar con algún respaldo de evidencia empírica en algún país del mundo. Lo que pasa es que esas propuestas del debate colombiano no son disminuciones o aumentos teóricos, sino que incluyen magnitudes francamente altas.
Me dirán, quizá con las mismas frases que he usado en esta columna de El Espectador, que tiempos no convencionales requieren medidas no convencionales. Buen intento. Sin embargo, estoy convencido de que para atender los tiempos no convencionales y la emergencia que tenemos por delante hay otros experimentos de política más efectivos y menos costosos (luego de considerar los riesgos) que el de aumentar o disminuir el salario mínimo en más de diez puntos porcentuales.
El empleo se puede reactivar en el corto plazo con un programa como el presentado por Sergio Fajardo en octubre, y se puede complementar con un ingreso básico para los más pobres. Estos programas, en lugar de golpear la rentabilidad de las empresas y posiblemente generar más desempleo (con un salario mínimo 14 % mayor), o afectar el ingreso de miles de hogares (con un salario mínimo 20 % menor), ponen los incentivos donde deben estar: en la generación de empleo y en mejorar el bienestar social a través de una combinación pragmática de mecanismos públicos y privados.
Seguramente el tipo de audacia de proponer cambios extremos en el salario mínimo tiene sus retornos: populistas (cuando quieren subirlo sin que importe la magnitud) o de vanidad de economista apolítico (cuando quieren bajarlo contra viento y marea). Es además una audacia más fácil que la audacia de los puntos medios y la concertación.
Los extremos en este asunto, como en otros, también son peligrosos. Los experimentos de política deben hacerse de manera controlada. En especial en contextos volátiles como el actual, el país no puede jugarse por un camino o el otro con el salario mínimo para todo 2021.
El 2021 puede iniciar con un ajuste del 2 % y permitir revisiones hacia arriba durante el año, que dependerían del desempeño económico y la rentabilidad de las empresas. Un acuerdo de este tipo sería un ejemplo de concertación, priorización de objetivos a escala nacional, no solo gremial o sindical, y de liderazgo del Gobierno.
Coletilla. En medio de una concertación de ese tipo, sería más fácil evaluar la conveniencia de variantes que acojan mejor la heterogeneidad del mercado laboral: salarios mínimos regionales, por ejemplo, o que los trabajadores “esenciales”, aquellos del sector salud, reciban una prima por su productividad en medio de la pandemia. Un reconocimiento a su desempeño heroico (algo a lo que no le haría justicia el indicador agregado del DANE que muestra una reducción de la productividad de Colombia en 2020).
* Ph.D. en economía, University of Massachusetts-Amherst. Profesor asociado de economía y director de investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).