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Razones de la protesta social

Santiago Montenegro
17 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

A pesar de la pandemia, debemos retomar otros problemas que han enfrentado nuestros países recientemente, como la protesta social.

En un apretado resumen y sin espacio para citar fuentes, quiero por ahora exponer las grandes hipótesis que se han planteado para explicar la protesta social.

Primero, para darle sentido a las movilizaciones y protestas, no solo académicos sino principalmente varios políticos han argumentado la desigualdad económica y social como su causa primordial. Sin negar que tiene un papel explicativo, es importante considerar que si la desigualdad fuese la única causa de las protestas y la violencia, prácticamente toda América Latina habría estado en llamas a lo largo de la historia. Además, es difícil justificarla porque los índices de desigualdad han caído significativamente en las últimas décadas, al igual que la pobreza.

Relacionada con la anterior, la segunda causa que se argumenta es el crecimiento de la economía, el cual, mientras estuvo elevado, redujo la pobreza y mejoró el bienestar, y, en esa forma, sirvió como elemento legitimador de la desigualdad. Al caer el crecimiento, la gente temió retornar a la pobreza y evidenciaron las grandes diferencias sociales.

Una tercera escuela explica la protesta, no como consecuencia de factores de corto plazo, sino como un efecto más estructural e inevitable de nuestra modernidad capitalista, que ha producido un innegable y extraordinario incremento del bienestar, pero, al mismo tiempo, se argumenta que también ha producido desarraigo y ansiedad en las personas, al hacer dos demandas contradictorias: por un lado, la modernidad exige mucho tiempo y esfuerzo en organizaciones y dominios que demandan eficiencia y racionalidad instrumental, sobre los que se tiene muy poco o nulo control, y, por otro, estimula en la gente una gran expansión de la subjetividad, que induce a la autonomía individual y a editar sus propios planes de vida.

Una cuarta causa enfatiza nuestra condición fundamental como seres simbólicos, que requieren intercambios culturales y ritos en los cuales reconocernos con nuestros semejantes en una historia y en una congregación que nos trasciende, símbolos que además nos ayudan a dar un sentido a la contingencia de la vida y a la fugacidad del tiempo. Así, se argumenta que, en alguna forma, la protesta social cumple ese papel de fiesta y rito simbólico al que acuden, cada cierto tiempo, particularmente los jóvenes como reacción al tiempo y esfuerzo que reclama su inmersión en unos dominios funcionales regidos por la búsqueda de la eficiencia y por racionalidades técnicas e instrumentales.

Una quinta escuela explica la protesta social y la violencia por la anomia o el desmoronamiento de las normas sociales, que Giovanni Sartori asocia al concepto de Hombre-Masa de Ortega y Gasset. Según Sartori, después de largos períodos de prosperidad y crecimiento del bienestar, emergen generaciones de “niños mimados” que desconocen el esfuerzo de las generaciones precedentes y se rigen solo por sus subjetividades, desconociendo las normas sociales.

Sin desconocer las desigualdades e injusticias sociales, una sexta explicación la acaba de plantear en la revista Nexos el exguerrillero y analista salvadoreño, Joaquín Villalobos, quien afirma que las protestas y la violencia de Chile, Ecuador y Colombia fueron parte de una estrategia desestabilizadora dirigida y coordinada por Cuba, Venezuela y Nicaragua. En sociedades complejas como las nuestras, tiendo a pensar que cada una de estas causas ha jugado su papel, pero debemos prestarle más atención a la planteada por Villalobos.

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