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La Michelada

Receta para cocinar una pandemia

Michelle Arévalo Zuleta
08 de mayo de 2020 - 01:55 a. m.

Una cena en tres tiempos se ha convertido el COVID-19, la cual fue servida sin estar en el menú y mucho menos sin ser pedida por los comensales de este restaurante llamado Tierra.

Vimos cómo empezó a cocinarse en cocinas extranjeras, las cuales pensamos no alcanzarían nunca nuestra mesa. Luego, empezó a filtrarse información sobre su pésimo sabor y la consecuencia mortal de probarlo, con el miedo e incertidumbre previo a probar un plato desconocido para  nuestro cotidiano paladar, empezamos a especular de su costo, que sin duda sería alto y que al llegar a nuestra carta, rompería de golpe nuestro bolsillo. Hablo de ese  malestar, de pagar por un  plato que nunca ordenamos y nos incluyeron arbitrariamente en nuestra cuenta, que incluso al dividirla nos quedó faltando, pero que por estar en la misma mesa llamada país nos tocó asumir.

De entrada, plato principal y postre, se repite el mismo menú, las circunstancias nos obligan y responsabilizan de este desastre culinario que aunque no todos hemos probado de primera mano, sí hemos sido obligados a degustar. Este segundo tiempo se ha sentido como un sancocho de emociones que parece no acabarse por más cucharadas diarias que le damos. Sin embargo, mientras se acerca el tiempo después del confinamiento obligatorio, las dudas y el miedo se cocinan a fuego lento en esta gran olla en la que estamos todos, unas finas, otras apenas con teflón y otras que sin duda, no resistirán más tiempo de cocción.

No tenemos certeza de los días que nos quedan de este segundo tiempo, donde parece que lo único  que aprendimos fue a hacer torta de banano, pues seguimos amontonándonos como espaguetis en los supermercados y exponiéndonos a nosotros y a los demás, como papas sin aceite, en un sartén de contagio que  se ha vuelto los parques a los que acudimos sin tapabocas.

Para el tercer tiempo de esta cena llamada COVID-19 y servida como pandemia en los platos de todas las mesas del mundo, los restaurantes, bares y “corrientazos”, han anunciado un protocolo para que les permitan la reapertura, y aunque ya es un hecho que el Ministerio de Salud está estudiando dichas medidas, debemos ser conscientes que está en nosotros, saber si estamos lo suficiente maduros para ser un ingrediente esencial de la reactivación económica, o solo vamos a ser el gramo de sal extra que daña la sopa  y la deja incomible.

Se anunció que no habrá menú físico, este será por televisores o redes sociales, se contempla que la distancia entre mesas sea de dos metros y habrá control de ingreso con medición, no de apetito, sino de temperatura, se dispondrán además de los típicos cubiertos, un tapabocas que de igual forma debemos quitarnos para comer.

Si bien estoy de acuerdo con la reapertura gradual de este tipo de establecimientos, no deja de preocuparme la falta de conciencia de la que somos víctimas mortales. Normalizar el virus o aprender a vivir con él, conlleva una serie de pedagogías que el Gobierno Nacional debe implementar y dar a conocer de manera masiva, la inversión debe estar dirigida a educar a la gente y proveerla de herramientas e instrumentos que ayuden a la reincorporación de la vida en sociedad, pues ya es momento de que los actos hablen más que la publicidad.

Me cuesta entender que aún no sepamos usar un tapabocas y ya estemos corriendo a compartir espacios públicos. Si aprendemos primero a cocinar nuestra nueva vida en compañía de un enemigo invisible y luego si salimos a la calle a jugarnos  nuestra salud y la de otros, será más fácil  recuperar nuestro bolsillo  y contribuir a una cena global en la que todos podamos comer un pedazo, sin morir en el intento. Ésta, sería la forma ideal de lidiar con un postre llamado post-confinamiento que puede de a pequeñas cucharadas ser comido.

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