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Recordando a Cortés de Madariaga

Weildler Guerra
05 de septiembre de 2015 - 02:49 a. m.

Más devaluado que el bolívar se encuentra el ideal de la unidad latinoamericana.

Poco significan hoy las consignas de la unidad y solidaridad de los pueblos. Tiempos hubo en que se era santafereño, caraqueño o bonaerense antes que colombiano, venezolano o argentino. Por ello, todo el drama que ocurre hoy en la frontera colombo-venezolana nos hace evocar la figura de un auténtico sudamericano como fue el canónigo José Cortés de Madariaga.

Madariaga es un personaje singular en la historia de la independencia. Nacido en Chile en 1876, conoció a Francisco de Miranda en Londres, quien acababa de formar una sociedad secreta cuyo objeto era la emancipación de la América española. Fascinado por el ideario político y la personalidad de Miranda, dice sobre éste: “Yo me glorié de ser americano cuando traté a este hombre”. Formado en derecho, Madariaga obtuvo en 1803 la canonjía de la catedral de Caracas, ciudad en donde jugó un papel decisivo en los sucesos de abril de 1810 que culminaron en la primera independencia de Venezuela. En representación de la Junta de Caracas viajó hasta Bogotá y firmó un acuerdo con la junta de Cundinamarca en cabeza de Jorge Tadeo Lozano. Ese documento es el primer tratado internacional entre Colombia y Venezuela. Sus gobiernos pretendían entonces mantener una unión federada en la que habría cabida para otras jóvenes naciones hispanoamericanas. Allí buscan mantener una duradera alianza para la paz y para la guerra, pues comprenden que la libertad de una de ellas está ligada a la libertad de la otra.

La vida de Madariaga es un torbellino. Es encarcelado por los españoles en Ceuta, de donde se fuga con otros americanos. Retorna a Venezuela e impulsa el infortunado congreso de Cariaco que le atrae para siempre la antipatía de Bolívar, quien afirma: “el canónigo es loco y hay que tratarlo como tal”. Luego marcha al Caribe, a Jamaica y a Providencia, en donde, en nombre de un supuesto gobierno de Buenos Aires y Santiago, convence a un viejo antagonista de Bolívar, el comodoro francés Jean Aury, de sumarse con sus barcos a la causa de la independencia. Bolívar llama corsario al francés y lo desautoriza para actuar en los mares degradando el nombre de Colombia. En 1818, el chileno arenga a los cartageneros contra la autoridad eclesiástica y los realistas. En 1820 se unió a la expedición del general Montilla que buscaba liberar a Santa Marta y Riohacha y se establece en esta ciudad. En ella, según el historiador Arístides Rojas, lo encuentra el almirante peruano Mariátegui en 1824, “desterrado, entre los indios de Río Hacha, y alimentándose sólo con yerbas y pescados: pero inflexible en aceptar la política de Bolívar”.

La Gaceta de Colombia registra su muerte allí el 26 de marzo de 1826. Santander escribe “El Doctor Madariaga merece los más tiernos recuerdos de los colombianos por su ardiente patriotismo y amor a la libertad”. Nadie sabe hoy dónde está su tumba. Tampoco hay un monumento para él en la frontera de los dos países a los que tanto sirvió.

wilderguerra@gmail.com

 

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