Reflexiones de la cuarentena

Cartas de los lectores
17 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Comenzamos la quinta semana de esta cuarentena, que empezó como una aventura y que tal vez ahora se instala como una nueva normalidad o un paréntesis de lo que siempre auguramos como una vida larga, exitosa y productiva. Cuando la ciencia, la tecnología y la economía nos mostraban un camino brillante, sin imposibles, un diminuto virus llegó y volvió nuestro mundo al revés. Lo impensable pasó: no podíamos viajar, las chapas y pasillos se convirtieron en nuestros peores enemigos, y solo en nuestras casas estaríamos a salvo del virus cruel que había llegado a nuestra historia.

Así, nuestros hogares o habitaciones se han convertido en guaridas y ahí nos hemos dado cuenta de que necesitamos pocas cosas para vivir y que nuestras familias son lo más precioso y extraño que tenemos. Ya antes sabíamos que no eran perfectas, ahora lo hemos comprobado: el enojo de mamá porque nadie ayuda a lavar los trastos, la preocupación de papá porque han cerrado el restaurante donde trabaja, el malhumor eterno del tío, a quien ya le iba a llegar la cita para arreglar los papeles de inmigración. Ahora no sabe cuánto más tardará y la familia en Venezuela le suplica que mande algo, pero el tío no puede gastar lo poco que ha ahorrado. Y los jóvenes, empeñados en hacer las tareas de la mejor manera, los mapas, los ensayos, las preguntas de español, las ecuaciones. ¿Sí valdrá la pena hacer todo esto? ¿Nos irán a pasar las clases? ¿Tendremos que repetir el año? ¿Sabrá el planeta que hay una pandemia donde los humanos estamos congelados, acompañados del computador, el wifi y el deseo de salir y volar?

La fortuna de esto es que no somos los primeros. Ya antes ha habido otras plagas, otros encierros y ahora nos ha tocado a nosotros ser los protagonistas. Mil pestes arreciaron sobre Europa; los indígenas sufrieron enfermedades traídas por los conquistadores; los esclavos africanos encontraron que las plantaciones eran cárceles físicas, mentales y espirituales. No hace mucho tiempo, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, ciudadanos estadounidenses de herencia japonesa fueron evacuados a centros de detención, en California y otros estados, y obligados a vivir en campos de concentración, donde el inicio y el final de la libertad era un alumbre de púas. De otro continente, también en esa guerra, nos llegó la noticia de una joven judía y su familia, quienes tuvieron que vivir escondidos durante dos años por miedo a ser atrapados y condenados por su religión. Esta joven, Ana Frank, no sobrevivió, pero su diario sí y quedó para hacernos pensar que a pesar de todas las pruebas de la vida, esta la pasaremos con dignidad y humanidad, aunque no sea ni medio parecida a la extrema de Ana.

Esta aventura que nos ha puesto la vida no tiene favoritos ni escogidos. Tanto a los ricos como a los pobres nos llamó para encerrarnos, cuidarnos y comprender que la vida quiere saber cuál será nuestra respuesta. Cuando salgamos de esto las cosas más sencillas, la risa o la voz de los amigos, serán un tesoro vuelto a encontrar. Cuando salgamos del encierro, los abrazos de las olas del mar tendrán un sentido invaluable y los asados del verano con amigos y familia valdrán más que todo el oro del mundo. Cuando pongamos nuestros pies en las calles de la libertad sabremos que se puede perder en el momento menos imaginado y que para recuperarla se necesita sacrificio, valentía y humanidad.

María Cristina González

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