Reformas y mayorías

Armando Montenegro
17 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Numerosos politólogos han señalado que los regímenes políticos de América Latina, que consagran al mismo tiempo un fuerte presidencialismo y una representación proporcional en el Congreso, se caracterizan por tener con alguna frecuencia un Ejecutivo débil, sin mayorías parlamentarias, a veces con una relación conflictiva con el Legislativo. Dicha situación resulta en ocasiones en la parálisis y, también, en la caída de ministros y otros funcionarios.

A diferencia de lo que ocurría en el vecindario, por muchos años, los presidentes de Colombia evitaron esta situación de debilidad, ya que, haciendo uso de los instrumentos y beneficios del poder, lograron la conformación de amplios bloques de parlamentarios que les permitieron sacar adelante buena parte de sus iniciativas. Un buen ejemplo es el del presidente Uribe, quien llegó por primera vez a la presidencia sin mayorías en el Congreso, pero, una vez en el mando, atrajo parlamentarios de varios partidos, creó la U y pactó alianzas con otras colectividades, de tal forma que se aseguró el apoyo de grupos dominantes en el Congreso. Esa fórmula probó su eficacia cuando los mismos aliados de Uribe mudaron de bando y apoyaron a Santos como resultado de negociaciones semejantes.

El presidente Duque, en reacción a los sonados escándalos de corrupción de los últimos años, y en cumplimiento de sus promesas de campaña, decidió abstenerse de realizar acuerdos políticos pegados con mermelada. Sin embargo, como consecuencia de esta sana iniciativa, su gobierno ha padecido dificultades para sacar adelante algunas de sus propuestas en el Congreso.

La experiencia muestra que, con liderazgo, aun sin mermelada, los presidentes sin mayorías en el Congreso pueden alcanzar un buen grado de gobernabilidad. Una de las fórmulas de que disponen es pactar con la oposición acuerdos concretos sobre reformas cruciales, largamente pospuestas y con respaldo en la opinión pública. Este fue el camino que siguió el presidente Peña Nieto al comienzo de su gobierno, el mismo que le permitió lograr la aprobación de ambiciosas reformas en materia energética y educativa (el entendimiento con partidos distintos al suyo, infortunadamente, fue fugaz, en buena parte por los escándalos de corrupción que pronto oscurecieron su sexenio). Este mismo camino es el que, al parecer, va a tratar de seguir el presidente Bolsonaro en Brasil para buscar la aprobación de la indispensable reforma pensional de su país en los próximos meses.

Otra vía, en buena parte complementaria con la anterior, y semejante a la que se da en otras partes del mundo, consiste en que el gobierno pacte con ciertos grupos políticos independientes alguna representación política en el Ejecutivo. Además de la negociación previa de acuerdos programáticos sobre objetivos compartidos, la representación supondría, en el caso que nos ocupa, la imposición de límites efectivos al comercio de mermelada.

La lamentable ausencia de contactos y negociaciones eficaces entre el gobierno y los partidos independientes alrededor de proyectos concretos nos muestra que todavía no están dadas las condiciones para avanzar hacia fórmulas que permitan que el país saque adelante, con el liderazgo del gobierno y sus aliados, algunas de las necesarias reformas que, por distintas razones, se han pospuesto peligrosamente en los últimos años.

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