Región naranja

Augusto Trujillo Muñoz
08 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Me atrevo a afirmar que no hay en Colombia una región tan apta como el Tolima, para efectos de la economía naranja. Su vocación histórica son las artes y las letras, la educación y el pensamiento. En los albores de la república nació en Ibagué el Colegio de San Simón. Medio siglo después la Normal de Señoritas y luego el Conservatorio de Música. Los tres establecimientos fueron una especie de universidades regionales, cuando la educación superior estaba reservada a los grandes centros urbanos.

Aun antes de la independencia Francisco Antonio Moreno y Escandón, un tolimense nacido en Mariquita, proyectó el primer sonido innovador sobre el sistema de educación colonial. Otro tolimense, nacido en Honda, José María Samper Agudelo fundó la Universidad Nacional en los días luminosos de la Comisión Corográfica. Otro más, Rafel Rocha Gutiérrez, nacido en Chaparral propuso adoptar un gobierno dirigido por un ejecutivo múltiple, un poco a la manera del sistema que, aun hoy, opera en Suiza.

En el tránsito de los dos siglos el general Manuel Casabianca volvió a abrir espacios para el desarrollo espiritual. A su amparo, tres jóvenes maestros impulsaron la música y estimularon las ideas creativas: Fabio Lozano Torrijos, Manuel Antonio Bonilla y Alberto Castilla. Mientras tanto surgía la generación del Centenario, gracias a la cual arraigó entre nosotros una vocación civil, después de un siglo de guerras internas. Su gran vocero fue otro tolimense, nacido también en Honda y, más tarde, presidente de la república: Alfonso López.

Bajo la inspiración de López surgió una Escuela de pensamiento: La Escuela del Tolima. Su mejor figura fue el maestro Darío Echandía. A su lado formaron Carlos Lozano y Lozano, José Joaquín Caicedo Castilla, Rafael Parga Cortés, Antonio Rocha Alvira. El meridiano de la inteligencia nacional pasaba por el Tolima. Discípulos suyos como Alfonso Palacio Rudas, Rafael Caicedo Espinosa, Felipe Salazar Santos, Alfonso Jaramillo Salazar, mantuvieron el compromiso con la defensa de los valores regionales. Y qué decir de sus sucesores -Néstor Hernando Parra, Roberto Mejía, Santiago Meñaca, José Ossorio- cuyos desvelos renovaron la educación superior en el Tolima.

En 1987, con un país asediado por el narcotráfico y contaminado -como ahora- por una subcultura de los antivalores, el sector privado del Tolima le pidió al presidente Virgilio Barco la convocatoria de una asamblea constituyente. Copia del texto, publicado por la prensa nacional, reposa en la Cámara de Comercio de Ibagué. Si bien el centralismo ahogó aquel sonido, dos años después fue rescatado por el movimiento de la séptima papeleta. En síntesis, la historia del Tolima se confunde con los elementos que sirven de materia prima a la economía naranja. Un inglés, John Howkins, escribió el gran libro sobre el tema en el año 2001: “The creative economy”. Una década después lo enriquecieron dos colombianos: Felipe Buitrago Restrepo e Iván Duque Márquez.

“La economía naranja” es un libro que deben conocer los tolimenses. Ha de ayudarles a convertir su vocación musical y sus valiosos activos espirituales en factor de desarrollo económico y social. A eso me quiero referir en próximas columnas. No dudo que el tema puede tener audiencia en la región y, sobre todo, en el alto gobierno.

@inefable1

* Exsenador, profesor universitario. 

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