Repensemos nuestra política de ciencia, tecnología e innovación

Dolly Montoya Castaño
18 de agosto de 2018 - 00:00 a. m.

Hace poco, una colega me recomendó un excelente documental: Marie Curie, una mujer en el frente, del director Alain Brunard, que aborda la contribución de la famosa científica, ganadora en dos ocasiones del Premio Nobel, para salvar vidas durante la Primera Guerra Mundial. En una de las escenas finales, mientras Marie Curie (interpretada por la actriz Dominique Reymond) trata de alentar a su hija ante la crudeza de la guerra, lanza una frase que me pareció fascinante: “Las ciencias, incluso las matemáticas, no deben quedar al margen del mundo, están en el corazón del mundo”. Una afirmación que me llevó a reflexionar sobre el papel de las personas en el oficio de la gestión del conocimiento desde el desarrollo tecnológico, creativo y científico. En principio, habría que entender este oficio como una actividad de suma responsabilidad social, pues conlleva nada menos que el deber de propiciar que la investigación y la producción que tienen lugar en el campo de las artes, las disciplinas sociales, las ciencias básicas y la tecnología producto de la innovación hagan parte del diario vivir de las personas.

Para que todos los colombianos de cualquier parte del país, sin distinción de raza, género, clase social o ideología, puedan disfrutar de los avances del conocimiento, es necesario alcanzar un acuerdo mínimo mediante el diálogo entre todos los actores encargados de la política y las acciones de ciencia, tecnología, innovación y creación.

Desde la Universidad Nacional, como proyecto cultural de la nación, proponemos que debemos repensar el papel de los gestores del conocimiento y armonizar las acciones entre las universidades, las empresas, el Estado y la sociedad, en un momento tan crucial para el país, en el cual se requiere romper paradigmas, transformar procesos y apostarle de manera decidida al desarrollo integral de todas y cada una de las regiones de nuestra nación, alcanzando un mejor lugar en el campo internacional, acorde a las dinámicas planetarias.

Desde las universidades debemos interpretar la realidad para transformar lo transformable. No es suficiente que tengamos una amplia producción de conocimiento contenida en anaqueles y en bases de datos si no se transforma en acciones, objetos o prácticas que incidan en el mejoramiento de la calidad de vida de las personas o en su permanente significación de convivencia, tolerancia, armonía y paz.

Proveamos las herramientas para que las comunidades se empoderen y puedan ser autosostenibles, creando empresas de base tecnológica y emprendimientos que beneficien a todos sus integrantes.

En este gran diálogo nacional para repensar nuestra política de ciencia, tecnología e innovación podemos comprometernos hacia la consolidación de una nueva relación, más dinámica, entre todas las comunidades gestoras del conocimiento.

Cada una de nuestras actividades debe estar fundamentada, marcada, en ser un ejemplo de pertinencia, es decir, nuestra comunidad debe actuar en consonancia con la formación de nuestros jóvenes, velar para que puedan formarse como ciudadanos íntegros y éticos, con una “actitud” investigativo-creativa e innovadora para el crecimiento, acorde con su interés personal, generando el ambiente propicio para la acción de seres humanos libres, autónomos, creativos, críticos, capaces de interactuar con la sociedad, que resuelvan problemas del más alto nivel. Al mismo tiempo, nuestra práctica debe ser eficiente, y con ello me refiero a que debemos realizar nuestra labor con los recursos justos y adecuados, atendiendo a nuestras ventajas y dificultades.

Una nueva forma de diálogo necesita de la integración. Con esto me refiero a la necesidad de armonizar las actividades relacionadas con los fines misionales, desde todas las áreas y todos los niveles institucionales en la gestión de conocimiento. Esta armonización interna nos proporcionará herramientas poderosas para integrarnos con los demás actores regionales y nacionales que gestionan el conocimiento.

Al hablar de todas estas características que debe tener el diálogo propuesto, no podríamos dejar de lado la transparencia, que se hace manifiesta en poder dar cuenta, de manera honesta y responsable, y en cualquier momento, de nuestro quehacer.

El riesgo que enfrentamos es muy significativo. Si no estamos a la altura de estas nuevas dinámicas, el rezago funcional de las instituciones gestoras del saber nos marginará de las dinámicas planetarias de producción y circulación del conocimiento y esto, en un mundo globalizado, significa poco menos que haber defraudado la confianza que la nación ha depositado en nosotros. Confiamos en nuestra probada capacidad y nuestra indeclinable voluntad de hacerlo bien. Estaremos a la altura del compromiso que hemos aceptado.

* Rectora, Uniersidad Nacional de Colombia.

@DollyMontoyaUN

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