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¿Repetición de una estrategia equivocada?

Arlene B. Tickner
13 de agosto de 2008 - 03:41 a. m.

El anuncio de que el Gobierno colombiano está considerando el envío de militares a Afganistán (y Haití) no puede entenderse como simple respuesta a una petición internacional de cooperación en los temas de cultivos ilícitos y minas antipersonales.  

Constituye, ante todo, una apuesta de política exterior. Bajo ese lente, es difícil no encontrar similitudes entre la coyuntura actual y el período de la Guerra Fría, en el que existió un fuerte consenso entre los partidos tradicionales sobre la necesidad de cultivar una relación “especial” con Estados Unidos.

Entre las estrategias adoptadas para demostrar la alineación incondicional de Colombia, la participación en operativos multilaterales ocupó un lugar importante. Fue el único país de América Latina que envió tropas a Korea, en 1951, y también participó en una fuerza de emergencia de la ONU en el Canal de Suez en 1956.  A nivel regional, Colombia no sólo acompañó a Estados Unidos en su condena al comunismo sino que actuó como su vocero.

Encabezó la moción para expulsar a Cuba de la OEA con el argumento de que el gobierno de Castro amenazaba la seguridad hemisférica y apoyó la intervención estadounidense en República Dominicana en 1965. A cambio el país recibió montos significativos de asistencia militar y económica.

Durante los últimos años esta historia se ha repetido. Colombia fue de los únicos países de América Latina que respaldó la guerra en Irak, ha coincidido con las posiciones estadounidenses en distintos foros sobre seguridad y ha permitido que mantenga su presencia en Sudamérica, lo cual ha sido valioso para contrarrestar la influencia regional de Chávez.  El hecho de que nuestro país ha recibido alrededor de US$6.000 millones desde 2000 parecería confirmar la importancia de esta alianza para Estados Unidos.

Después de haber sido el hijo predilecto de Washington, las tendencias recientes que se han observado frente al TLC y el Plan Colombia sugieren una reducción en la receptividad que tiene el gobierno Uribe y un interés decreciente en preservar la relación “especial” con el país.

En este sentido, la eventual participación colombiana en la fuerza multilateral de la OTAN en Afganistán no es accidental. Desde hace tres años los vínculos entre los dos países han sido cultivados por Estados Unidos. Además de que Afganistán es el principal productor de heroína en el mundo, la existencia de una fuerte insurgencia armada y un Estado al borde del colapso ha permitido sacar lecciones de la experiencia colombiana, como lo sugiere el nombramiento del embajador William Woods en Kabul en 2007 luego de su paso por Bogotá.

El hecho de que tanto McCain como Obama han dicho que al ser elegidos enviarían más tropas a Afganistán constituye un incentivo adicional para que el gobierno de Uribe demuestre su asociación con la potencia. Sin embargo, tarde o temprano las relaciones “carnales” con Estados Unidos terminan en traición (como ya lo vivieron países como Argentina), lo cual sugiere lo efímeras y peligrosas que son este tipo de estrategias.

* Profesora Titular. Departamento de Ciencia Política. Universidad de los Andes.

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