Represión y fracaso

Juan David Ochoa
14 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Solo han podido acudir a las ayudas que les da la brutalidad para extinguir el ruido, impotentes ante la continuidad del paro nacional y la creciente imagen de las protestas que los deja en evidencia ante el mundo. Sus métodos antiguos siempre fueron el ataque y la negación para opacar la complejidad de este país marginado por sus propias políticas de gamonales usureros, y ahora lo hacen sin protocolos o delicadezas, no les interesa ahora cuidar las buenas maneras y los tratos. El viejo mundo monárquico que les permitió vivir en la impunidad del silencio se les viene abajo, y les queda solo la violencia para retenerlo entre sus comarcas y pequeñas burbujas. La política real nunca estuvo entre sus talentos y el Estado nunca fue la prioridad. Les quedan las fuerzas de choque para retener esa respuesta histórica que se les viene encima y desde todos los ángulos y las sombras para exigirles lo que debieron cumplir desde el mismo inicio de la república, pero ahora, tanto tiempo después de concesiones y pactos inviolables entre los mismos gamonales que ascendieron a las altas cortes del empresariado tras la dirección económica nacional, no quieren ceder. Suficientes promesas intrafamiliares y mucha suciedad aún cuidada por los paraísos fiscales los obliga a negar la dimensión de su tiempo fracasado y la presión del nuevo mundo que no los dejará de ensordecer hasta que reconozcan su miseria.

Tienen, por ahora, una cúpula política que sigue rendida a sus pies para concederles las dádivas que siempre acostumbraron ajustar entre discursos teatrales de progreso y promesas retóricas que se esfuman entre votaciones del Congreso y los fallos de la Comisión de Acusaciones creada para salvarlos. El blindaje lo construyeron en la calma de dos siglos de una república prostituida en el lobbie y el resguardo del privilegio, y en la seguridad de haber financiado también los principales medios de comunicación que les iban a servir de cohorte. Los medios y los nombres desfilaron con todos los mimetismos posibles hasta hoy, cuando sus rostros y alfiles han alcanzado la vulgaridad rampante y una obviedad escandalosa. Luis Carlos Vélez hace el juego más ordinario y grosero de ese poder que lo sostiene allí para negar la inequidad y las urgencias sociales con argumentos de dandi. María Isabel Rueda sigue insuflando rabia contra la suma de los movimientos que exigen una respuesta de Estado a la altura de las evidencias. Néstor Morales lo niega todo con una mezquindad enfermiza y con deleite. Insisten en deslegitimar la desesperación y el miedo del otro país que se niegan a ver por vileza o por indignidad, y hacen el juego con los potentados que financian las casas que los tienen allí para eso, para hacerle frente a las verdades brutales con la distorsión y las argucias retóricas que aprendieron muy bien entre todos los recursos del efectismo. Pero todo los desborda y solo pueden gaguear mientras intentan sostener sus gestos en una seriedad ridícula y grotesca. Nuevos gremios se unen al paro nacional y acuden de nuevo a la ruindad para seguir sosteniendo que las protestas están infiltradas por monstruos del bajo mundo y mafias invisibles. El Esmad y las fuerzas del orden no pueden controlar ahora el desborde de un paro agigantado. Empiezan a recurrir a métodos irregulares y peligrosos mientras sigue atragantándose el presidente con su propia catástrofe.

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