Reputación o reforma

Armando Montenegro
12 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Algunos gobernantes perseguían un “lugar en la historia”, al lado de los más grandes, mediante conquistas y sonoras victorias. Otros, en cambio, se concentraban en ordenar la casa, impulsar el progreso del país haciendo que funcionen bien la economía, la justicia y la administración del Estado. Historiadores como Elliott, en el contexto del siglo XVII, denominaron estas orientaciones alternativas como réputation y réformation.

Los reyes buscaban la “reputación” y la gloria mediante actos heroicos y triunfos militares decisivos, tratando de emular a los emperadores del pasado. En cambio, las indispensables reformas domésticas, tareas difíciles, usualmente a cargo de ministros expertos —el logro de mayores recaudos, la mejoría de la educación, las vías y los puertos—, requerían del conocimiento, la paciencia y la astucia para conseguir consensos o superar las resistencias de intereses creados.

Las reformas, con frecuencia, se frustraban por las guerras, cuya financiación copaba la capacidad fiscal y gerencial del Estado, hasta el punto de que, en muchos casos, la bancarrota y el caos administrativo fueron la consecuencia de las campañas militares (se argumentaba, eso sí, que el prestigio ganado en las batallas podría allanar los obstáculos domésticos que impedían las reformas).

Estos conceptos de antaño se pueden aplicar con cautela al examen de la trayectoria de nuestros gobernantes. Hasta hace unos años, se consideraba que los presidentes lograban su entrada a la historia, la “reputación”, con importantes transformaciones constitucionales como las que lograron Núñez o López Pumarejo. Después de que otros lo intentaron sin éxito, el último que la obtuvo fue Gaviria en 1991 (en estos ejemplos, no se observó un conflicto entre la “reputación” y la reforma).

Otros presidentes, en cambio, dedicaron sus mayores esfuerzos a la solución de complicados y variados problemas domésticos, la búsqueda del progreso y el ordenamiento institucional. En todo esto se destacaron los gobiernos de Reyes y Lleras Camargo, ambos con un lugar notable en la historia.

La búsqueda de la “reputación” de los últimos tres presidentes giró alrededor de la guerra y la paz, en medio de una creciente atención internacional. Los gobiernos de Uribe, en tiempos de la lucha antiterrorista impulsada por Bush, se concentraron en el combate a la guerrilla, con logros reconocidos por destacados grupos del país y el exterior. Mientras que Pastrana fracasó en su empeño por negociar con las Farc, Santos sí consiguió dicho objetivo y alcanzó un destacado trofeo de la reputación internacional: el Nobel de Paz.

Se ha discutido, y se seguirá discutiendo, si el costo de estos esfuerzos por la “reputación”, a través de las armas y las mesas de negociación, fue la postergación o frustración de importantes reformas en materia judicial, fiscal, pensional o social.

En su posesión, el presidente Duque se presentó como un reformador. No prometió victorias militares o negociaciones históricas. Anunció reformas a la justicia, los impuestos y las pensiones. Se comprometió a atacar la corrupción, la inseguridad y el narcotráfico. Si tiene éxito en sus proyectos, en medio de un clima político polarizado, alcanzará, sin duda, la “reputación” de haber sido un buen gobernante.

John H. Elliott (2017), "Richelieu y Olivares", Bogotá, Crítica.

 

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