Resentimiento

Oscar Guardiola-Rivera
25 de marzo de 2020 - 02:03 a. m.

El Financial Times reveló por qué el gobierno británico de Boris Johnson ha sido renuente a tomar las medidas restrictivas de las libertades individuales impuestas por sus colegas europeos para detener el avance del Coronavirus. Apenas este martes, luego de que los periódicos publicasen fotos de parques llenos de gente, decidió hacerlo. Ello a pesar de que han muerto aquí más personas que en China y España cuando dichos países cerraron negocios y bares.

¿Por qué el retraso? “Existe una confusión constante entre la política y las relaciones públicas” explica FT. En otras palabras, la prioridad es el espectáculo. ¿La clave? El papel de los expertos en imagen y manejo. “Tras aceptar que la enfermedad se extendería pero podría ser administrada, concluyeron que Gran Bretaña no anunciaría medidas fuertes de distanciamiento social y limitaría las pruebas de diagnóstico entre el público. Su experto asesor Dominic Cummings apoyó esa política 100%”.

Cummings diseñó el triunfo electoral de Johnson en diciembre. Su campaña limitó las apariciones del candidato ultraconservador al manejo viral de su imagen de comediante superficial en medios sociales, escaso o ningún escrutinio periodístico, un igualmente superficial programa que prometía cambiar todo para no cambiar nada y la repetición constante de un mensaje de tres palabras sin idea alguna: Get Brexit done.

Dicha actitud corresponde a un pesimismo perenne sin mala conciencia. Proviene de aquella cepa del pensamiento anglosajón que enfatiza la habilidad de la imaginación para simular y disimular. Elevada a la categoría de fuerza histórica, la capacidad imitativa y divertida de la naturaleza es puesta en su contra. Se trata en verdad de una pulsión de muerte. Convierte la naturaleza en un simple medio para el trabajo y la acumulación sin fin. También la naturaleza humana. Nietzsche llamó a tal actitud resentimiento. Significa trasponer las formas de vida del registro de lo imaginativo, cambiante, divertido y diferente, al del trabajo-sin-fin, la ganancia y la muerte.

Con Niezsche y Auschwitz en mente, los críticos del siglo veinte vieron en ella la tendencia de una razón instrumental que busca el control organizado de la imaginación mediante la mentira y el espectáculo. En Amerika, la de Kafka, se la llamó “manejo científico de los negocios,” Taylorismo, Fordismo. Los mad men de la publicidad la convirtieron en ley de leyes. Stalin la adoraba, y reina en las facultades de administración. Vivimos por ella. Los calendarios que ordenan noche y día la encarnan. Regula el ritmo de nuestros sueños y aspiraciones y el pulso de los mercados financieros. Quiere borrar la diferencia de la faz de la tierra. Para conseguirlo, esa suerte de positivismo negativo busca servirse ahora de la crisis desatada por el virus. Declarado el estado de emergencia decide dejar vivir a unos y morir a otros.

 

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