Respuesta a un crítico

Juan Carlos Botero
03 de mayo de 2019 - 05:30 a. m.

Ahora que se estrenó el documental Botero en Colombia, puedo decir un par de cosas sobre los críticos que salen en pantalla. Botero siempre ha sido un artista polémico y es bueno que alguien defienda la posición contraria, y la profesora Rosalind Krauss lo hace bien. En cambio, lo que dice Lucas Ospina es ridículo. Afirma que no tiene gracia que el estilo de Botero sea reconocible porque lo mismo se puede decir de Hello Kitty. Y no es la primera vez que él opina semejante tontería.

Porque es cierto que un cuadro de Botero se reconoce al instante como un Botero, y una figura de Hello Kitty también se identifica con esa marca. Pero sorprende que un crítico de arte no perciba la diferencia que existe entre un juguete de plástico y una obra de arte. Es decir, si una persona con su educación no distingue una cartera, un jabón, un auto o, en este caso de Hello Kitty, una muñeca infantil, que no registre lo que diferencia esos productos de la sociedad de consumo, que son objetos fabricados a nivel industrial, en serie y en masa, de una obra de arte que es una pieza única e irrepetible, preciosa y exclusiva, que ha sido tocada, pintada, dibujada o moldeada con las manos del artista y que encarna la suma de sus ideas estéticas, es alarmante. Porque si se rompe la figura de Hello Kitty no pasa nada. Hay miles más e idénticas. Pero la razón por la cual se cuidan tanto las obras de arte, y se toman tantas medidas para preservar las cuevas de Altamira y la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, y los museos sufren con la temperatura en sus salas y combaten a diario la humedad, los microbios y la luz que puede desvanecer los trazos de un dibujo a lápiz, y la razón por la cual la gente sufre cuando se roban un Monet, o se fractura una escultura de Bernini, o se desploman los frescos de una iglesia italiana en un terremoto, o perece un cuadro de Tiziano en un incendio o una inundación, es porque la gente sabe que el daño es trágico e irreversible, que se estropeó algo único y valioso, que no hay reemplazo y que la pérdida es irreparable. Porque cada una de esas obras tan delicadas fue hecha no sólo con ideas y materiales y pericia técnica sino también con sentimientos, obsesiones, intuiciones y pasiones que operaron el día de su creación; que hicieron que en esa fecha actuaran de una forma y no de otra; que la luz de ese día tuvo cierta influencia y la disponibilidad de colores tuvo otra, y los dolores físicos del artista ejercieron tal efecto en su creación, y su estado de ánimo (su euforia, nostalgia, cólera o tristeza) también dejó su huella. Porque cada una de esas obras tan sublimes fue creada con pigmentos, aceites, lienzo, madera, papel, mármol, lápices o pasteles; materiales vulnerables al paso del tiempo, expuestos al azar y a las torpezas del hombre, a la amenaza de guerras, saqueos, temblores, inundaciones e incendios; materiales frágiles y perecederos que hay que cuidar, limpiar y mantener, y cuya preservación cuesta dinero, erudición y esfuerzo. O sea: que hay algo frágil y fugaz, atrapado de milagro en esa pieza única, y que si ésta se quema, rasga, perfora o destruye por cualquier motivo, se daña para siempre. Ésa es la diferencia con la figura de plástico. Y si esto no lo sabe un novato es válido; que no lo sepa un crítico de arte es lamentable.

 

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