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Revaluación e inflación

Eduardo Sarmiento
30 de enero de 2011 - 06:00 a. m.

Luego de que la economía terminó creciendo en 2010 a las dos terceras partes de las predicciones oficiales y que las medidas para frenar la devaluación no lograron revertirla, se aprecia un estado de incertidumbre y desconcierto. Los resultados no corresponden a los propósitos.

No se ha avanzado en precisar las causas del anémico desempeño de la economía ni a tomar acciones para superarlas. Como de costumbre, las causas se atribuyen a los factores externos y se espera que el mercado lo remedie. La explicación es mucho más concreta. El desempeño de la economía se debe al cuantioso déficit en cuenta corriente que no ha podido compensarse con el déficit fiscal y la demanda privada.

El desajuste viene de tiempo atrás. En la creencia de que la revaluación no afectaba considerablemente las exportaciones se permitió que el tipo de cambio llegara a un nivel excesivamente bajo. Ni cortos ni perezosos, los empresarios procedieron a contrarrestar el efecto sustituyendo masivamente la mano de obra por importaciones de bienes intermedios y de capital. En los últimos diez años el empleo industrial bajó y las importaciones se triplicaron. La destrucción de la apreciación del tipo de cambio se dio por cuenta de las importaciones y el empleo.

El diagnóstico no se ha entendido. En un total despropósito, el Gobierno buscó propiciar la devaluación con una baja de los aranceles, desconociendo que el desajuste de la balanza de pagos se encuentra más en las importaciones que en las exportaciones. El remedio resultó peor que la enfermedad. En noviembre las importaciones saltaron a 34,5% y falta ver qué sucedió con la informalidad.

El panorama tiende a complicarse. El alza de los precios de los alimentos tenderá a colocar los índices por encima de la meta oficial de inflación. Por lo demás, la tasa de interés del largo plazo de los TES ha subido rápidamente, confirmando que la inflación esperada supera la observada. A la luz del método de inflación objetivo, que guía los bancos centrales y en tales condiciones dictamina elevar la tasa de interés de referencia, ha surgido una fuerte presión para hacerla efectiva. Es lo peor que le puede pasar a la economía. La disposición acentuaría la revaluación y frenaría el crecimiento.

El problema de la economía no es la inflación, que en lo esencial está frenada por la demanda, sino el método de la inflación objetivo que le da prioridad a esta variable sobre cualquier otro objetivo, independientemente de las condiciones generales.

Sin duda, el mantenimiento del crecimiento por debajo de 4% y la elevada informalidad son más nocivos que el alza temporal del índice de precios en un punto. Lo que hay que hacer es revisar la teoría de la inflación objetivo, que fue inventada para un mundo artificial donde el dinero aumenta la inflación y no altera la producción y el empleo.

El equipo económico del Gobierno no ha logrado desligarse del análisis neoclásico que ha fracasado a lo largo y ancho del planeta. Las políticas se orientan a cumplir con mitos de libre mercado sin claras finalidades, como desmontar los aranceles, elevar la tasa de interés y contraer el déficit fiscal. El sentido común sugiere, más bien, reducir las enormes desviaciones entre los propósitos y resultados. Lo que se requiere es una abierta intervención del Banco de la República orientada a elevar el tipo de cambio a un nivel predeterminado y reducir las tasas de interés de los TES para acelerar el crecimiento económico y reducir la informalidad.

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